He
de reconocer que antes de ver “La ruta del tabaco” (1941), de John Ford, tuve
que investigar un poco. Era la única del recopilatorio que tengo del director
norteamericano, que no me sonaba absolutamente de nada.
En
algunas webs leí que estaba considerada una “obra menor” de Ford, de la que no
se llegó a sentir orgulloso ni el guionista, Nunnally Johnson, que era el mismo
que había adaptado “Las uvas de la ira”, e igualmente tanto Ford como su señora
no la tenían entre sus favoritas, de hecho, la mujer de Ford llegó a decir
varias veces que era la peor película de su marido.
La
verdad es que yo no diría tanto. La película está basada en una obra teatral,
que al parecer, fue un exitazo en todos los teatros americanos durante La Gran
Depresión, basada a su vez en una novela. La novela, al parecer, está rebosante
de escenas más sensuales, y sexuales, que la película, así que habrá que ir
buscándola para certificar que es cierto…
“La
ruta del tabaco” centra la historia en Georgia, cerca de Augusta. La ruta del
tabaco era una carretera de 24 kilómetros, otrora una verdadera ruta de la
plata, que venida a menos, lo único que tiene a su paso son casa viejas,
tierras improductivas, polvo, pulgas y pobreza.
Jeester
Lester (Charley Grapewin, el viejo tío Henry de “El mago de Oz”), un viejo
granjero que pasa los sesenta, y su esposa Ada, ven pasar el tiempo, muertos de
hambre, en su casa destartalada de madera, y con la sombra del desahucio planeándoles. Con ellos viven dos de sus 16 o 17
hijos (ellos no recuerdan con precisión cuantos eran, y yo tampoco). “El algún
lugar debo tener nietos”, reflexiona la pobre Ada, mujer sensata, pero venida a
menos con los años. Sus hijos son Dude, un colérico joven al que solo le
interesan las bocinas de los coches, que se tira toda la cinta dando voces y en
actitud bastante agresiva, salvo cuando canta algún salmo. Y su hermana Ellie
May (la requetebella Gene Tierney), que aunque sucia y en harapos, derrocha una
belleza es-pec-ta-cu-lar. De hecho, tiene una escena en la que se arrastra por el suelo, pidiendo
un “nabo” para comer (tienen todos más hambre que un perro chico) que
sinceramente me ha dejado con el rostro torcido.
La
película roza algunas cositas en común con “Las uvas de la ira”: La pobreza del
campesinado, la desesperación, el hambre, la soledad, los banqueros que se
quedan con las tierras improductivas (pero que han pertenecido a generaciones
enteras), pero… En este caso, Ford se toma el drama a comedia. “La ruta del
tabaco” no deja de ser, al fin y al cabo, una comedia. Lo notamos en la música
festiva-country de David Buttolph, muy recurrente en los diferentes gags que la
familia Lester va presentando en su peculiar historia de supervivencia.
¿Un
Ford menor?, pues a mí no me lo ha parecido. Diferente sí, claro, pero no por
ello menos. De hecho, sigue existiendo, latente, la crítica social de Ford en
la cinta, está muy presente, bajo tanta música y golpes disparatados. Y, claro,
después de “Las uvas de la ira”, y “¡Qué verde era mi valle!”, podría
considerarse un film de transición, pero sin que desmerezca ni una pizca en su
interés cinematográfico.
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