“Moloch” es una película de terror neerlandesa, es decir… Holandesa de toda
la vida, que nos trae en un metraje de una hora y media una historia a la que
le sobran veinte minutos perfectamente y sin parpadear.
Protagonizada por Alexandre Willaume,
que es un actor que yo conozco de la serie danesa “Rita”, que es muy
recomendable, más sus dos primeras temporadas que el resto (en la Tercera la
pilló Netflix, la hizo internacional, y se la terminó cargando), la malograda
serie alemana “1899” (que traía una premisa interesante, pero que no pasó de su
Primera Temporada) y la “Tomb Raider” de 2018, y por la actriz neerlandesa
Sallie Harmsen, de la cual no recuerdo haber visto nada hasta la fecha, aunque
he podido comprobar que tiene una amplia filmografía…
“Moloch” bebe directamente de
leyendas holandesas y danesas, de tipos cuyos cuerpos momificados aparecen en
turberas, como “El Hombre de Tollund”, que tiene alrededor de 22 siglos, siglo
arriba-siglo abajo, o la “Mujer de Lindow”, y cuya paz perturbada solo trae
problemas a los que viven alrededor de donde han aparecido sus cuerpos… La
versión europea de los cementerios indios es “Moloch”.
La película comienza con una
nena que está jugando con un ratón, que ya de por sí puede parecerle terrorífico
a más de un padre, y encima de su cabeza se oyen unos gritos y posteriormente
el techo de madera comienza a rezumar hectolitros de sangre, como le gustaría a
cualquier fan japonés de terror.
Posteriormente, seguimos la
historia de Betriek, una viuda, música de profesión, que vive con sus padres y
su hija cerca de una turbera. Su madre sufre una extraña enfermedad que se
agrava por la noche. Un día aparece muerto un vagabundo en las cercanías, y de
manera paralela, un grupo de arqueólogos encuentra el cuerpo de una mujer con
varios siglos a las espaldas en la zona.
Jonas, el responsable jefe de
los arqueólogos, y Betriek, tienen en un principio unas desavenencias por
aquellos de estas en mis lindes, que de eso en Extremadura sabemos mucho, pero
pronto pasan a algo más. Unas noches después, un hombre irrumpe en casa de
Betriek, se bebe la leche que tienen en el frigorífico y las ataca con un
cuchillo a su madre y a ella, mientras suena una bella canción en francés.
Eliminado el tipo en el último momento, justo cuando le
iba a abrir una ventana nueva en el cuerpo a la madre, Betriek decide
investigar lo sucedido ya que cree que es una maldición que afecta a su familia,
y pronto descubre que la momia aparecida en las turberas es la responsable de
todo los que le pasa, y que hay leyendas locales relacionadas con el folklore
que así lo afirman: La Leyenda de Feike, que es narrada sublimemente en una
obra de teatro infantil.
La aparición de nuevas momias complica el asunto y
Betriek recurre a un médium local que le da las claves sobre las apariciones
que se suceden, las posesiones… Y las muertes. Ya que descubre que ella era la
nena del ratón, su abuela la sacrificada en el techo de su casa cuando era
pequeña, y que este tema de fantasmas femeninos que susurran y que dejan una
estela de fallecidos detrás suya, viene de su pasado familiar y de la relación
que tienen con el dios pagano Moloch, que sigue más presente que nunca, y que
parece afectar a los hombres, y cargarse a las mujeres.
En definitiva: Película rodada en inglés y neerlandés, película a la que le sobra metraje (guionistas y directores están empeñados en empacharnos), película de terror folklórico que tiene su mejor momento en los últimos quince minutos finales, y donde destaca la buena química entre sus dos protagonistas principales, y que no te va a dar miedo ninguno y que tampoco vas a tirar cohetes después de su visionado, pero que te puede llegar a gustar. ¿Nota? Le doy un 5, y me quedo ahí. Si la veis, me comentáis.
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