Basada en un texto del estadounidense Henry James, muy conocido en su casa a la hora de comer, y que realizó posiblemente tras echar unas hojas de estramonio seco al té, “La Bestia“ es una película que ciertos críticos profesionales que escucho a las dos y media de la mañana, insomnio mediante, recomendaban hace unos días con vehemencia y solemnidad… Así que me he decidido verla.
Después de dos horas y veinte minutos de metraje, que dura la coproducción franco-canadiense de 2023, “La Bestia”, me he dicho… ¿Qué carajo he visto?… Me ha subido la tensión ocular, la presbicia, la miopía, el astigmatismo, los niveles de glucosa en sangre y me ha salido un tic en el parpado izquierdo.
Y es que “La Bestia” es una película que estoy seguro que mi Yo Metafísico de hace 40 años hubiera disfrutado mucho, y hubiera salido del cine ajustándome la bufanda, con los ojos medio cerrados, y diciendo: Claro, claro, es que es filosofía cinematográfica pura, es pura dinamita esta película…
Pero, Mi Yo Práctico actual dice: Ya no tengo el Cuerpo ni la Mente para estas puestas hasta arriba de estramonio en vena… Va a ser que no, por mucha crítica positiva que tenga de profesionales, nominaciones y pasos por prestigiosos certámenes cinematográficos…
Comienza la película y vemos al director de la película dándole instrucciones a la actriz principal, Léa Seydoux, con un croma verde invadiendo todo el espacio, algo que también veremos al final de la película.
Posteriormente, nos vemos en una fiesta en 1910. Gabrielle, pianista, casada, tontea con Louis hablando de viajes pasados en Nápoles, del olor de las nubes y de movidas que al espectador no le parece que tengan mucho sentido, más allá de la seriedad y solemnidad con la que son dichas.
Entonces nos enteramos que estamos en una fecha incierta de un futuro distópico. Los Polos se han derretido y han convertido París en la Nueva Venecia, pero con más ñorda incluso si cabe en el agua al mezclarse con la del Sena, donde hay gente que asegura haber visto siluros de tres ojos.
Una malvada, maléfica y diabólica Inteligencia Artificial domina a los Seres Humanos, e intenta que los seres humanos dejen de lado sus emociones, y se conviertan prácticamente en máquinas. El proceso es casi una tortura psicológica, en la que lo mismo te ponen una reposición de “Verano Azul”, que toda la discografía de nuestro admirado Leonardo Dantes para sojuzgarte.
Pero en el caso de Gabrielle, la vaina irá por visitar tres vidas distintas que su alma ha pasado o vivido. No me ha quedado claro si la reencarnación existe en la película, o todo está en la mente del torturado.
Las fechas son 1910, 2014 y 2044. En dichas fechas se va viendo con Louis, y ambos se dan la brasa metafísica mutua, con conversaciones que yo solía mantener con un vaso largo de cristal y dos piedras de hielo hace cuarenta años, pero que ahora me parecen una auténtica tomadura de pelo. A Gabrielle de vez en cuando, la Inteligencia Artificial, la mete en un barro negro y le pinchan el oído, cuando no la envía a una discoteca con un pésimo DJ, mientras que ella se barrunta una catástrofe que está por venir, y no sabe si lo que siente en el estómago es amor, o son gases frutos del colon irritable que le produce tanta profundidad cinematográfica…
En definitiva: Película para los muy cafeteros. Yo me bajé de ese tren hace casi 40 años, y no deja de ser paradójico que lo de bajarse del tren lo diga un extremeño. Si la veis, que sea bajo vuestra propia responsabilidad. Yo no puedo más que darle un 3 de nota a esta sobrevalorada producción realizada por cuatro actores en tres fines de semana que tenían libre. Un ejercicio teatral, entiendo, que a mi no me ha llegado a pesar de la Ciencia Ficción, el drama, y las ganas de comer. No hay que ponerse tan estupendos, y he decidido que la próxima vez que tenga insomnio, me leo un cómic.
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