Bin es un jefecillo de la
mafia china de Datong. Tiene a su mando a un puñado de tipos jóvenes, y se creen
importantes. Qiao es una joven, enamorada de él, la única mujer que va con el
grupo.
Un día, unos rivales, atacan
el coche de Bin y Qiao. Mientras a él le dan una paliza, Qiao resuelve la
situación dando unos tiros al aire. A él le cae un año, a ella cinco.
En 2006, Qiao sale de la cárcel,
buscando a Bin, pero la cosa ha cambiado mucho. Bin ya no está en la mafia, es
un hombre depresivo, que ya no quiere a Qiao, y cuyos compañeros mafiosos han
progresado.
Diez años más tarde, es él,
que está peor que nunca, hecho una verdadera mierda física y mentalmente, quien
la busca a ella en Datong. Qiao sigue soltera y los dos retoman contactos con
la mafia, pero ya nada es igual…
“La ceniza es el blanco más
puro” (2018) es una historia sobre el desamor, el amor no correspondido, el
tiempo perdido o sobre hablar las cosas a tiempo. Le sobran, perfectamente,
cuarenta minutos largos de metraje, de sus dos horas y pico, para contar
exactamente lo mismo. Lo mejor, la fotografía de esas ciudades chinas tan interesantes
para un occidental.
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