Con “Ojos negros” (2019) me ha
ocurrido, que, los primeros veinte minutos, no sucedía nada interesante, aparte
de ver la vida pasar, un plano de un sofá, otro plano de una cama o de una
ventana, y otro de una gallina (vete a saber).
A Paula, que tiene 14 años, la
mandan a pasar el verano a la España vaciada, o vacía, que además de
Extremadura, es Teruel, entre otras provincias (Ojos Negros, Teruel, 380
habitantes, y sospecho que unos pocos más en verano), con su tía y con su
abuela, con las que apenas ha tenido trato (de hecho, a la abuela, la llama de “usted”).
Después, conoce a Alicia, una
chica del pueblo de casi su misma edad, con la que comienza a tener una bonita
amistad: Se sinceran, salen, se bañan, hacen trastadas… Y eso ayuda a Paula a
huir del ambiente que tiene en casa (con su abuela enferma, y su tía hosca y
parca en palabras), a olvidarse de todo un poco, y a disfrutar más del verano (con
sus verbenas) y de su vida.
A la película he llegado por
la crítica, que me la pone por las nubes y más. A mi me ha parecido una
película correcta, pero sin tirar cohetes (que es muy de pueblo, en el mío se tiran
casi por cualquier cosa). La música supera, a veces, al diálogo, y no te
enteras bien de lo que se dice por culpa del estridente sonido que acompaña, (en
este aspecto, una pena). Al metraje, de una hora, le quitaría quince minutos
largos. Los planos y los silencios nos dan información, pero no abusemos. Y,
desgraciadamente, vuelvo a darle la razón a la crítica: Yo no tengo ni pajolera
idea de lo que es el buen cine.
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