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miércoles, 17 de agosto de 2016

Altamira. La película.


(Ostras, nos han graffiteado media cueva)

        Con la película de “Altamira” tengo que reconocer que me acerqué a ella acojonado. Después de estar un año entero oyendo en la radio lo mala que era, y leer alguna crítica de algunos sesudos críticos de cine, donde no se escapaba ni el apuntador, intentar ni siquiera verla un rato era todo un reto para mí.
(¿Hay alguien en casa?

        Pero pudo más la curiosidad que las amenazas cinematográficas, y esta semana ha caído. ¿Qué puedo decir? Bueno, que la cosa no es para tanto. Empezando porque a mí me da igual que el tal Marcelino Sanz de Sautuola fuera tatarabuelo de Botín (desaparecido magnate, millonario y banquero del Santander), del Conserje del propio Banco Santander o de toda la Directiva de la entidad bancaria, algo, al parecer muy importante para la crítica cinematográfica. O que dicho banco pusiera el dinero, para la producción, algo que también levanta el colon irritable a más de uno, pero cuando se trata de tirar de dinero público para rodar auténticas bazofias, ahí no entramos... Yo me he basado en mi crítica, en la propia película en sí, que creo que es lo que se debe hacer, huyendo del polvo que cubre la tele en ese momento.
(Qué verde era mi valle...)

        A lo hecho: La película no es para tirar cohetes. Eso está claro. Antonio Banderas debe olvidar algunos gestos heredados de El Zorro, y que sigue repitiendo, yo creo que ya inconscientemente, pero no hace mal papel (había oído absolutamente de todo). El tema tampoco da para más, eso se tendría que reconocer, o por lo menos para más de lo que ya se intenta aquí. El enfrentamiento Ciencia-Fe, religión contra científicos (en este caso arqueólogos) es interesante. El peso de la Iglesia Católica se refleja muy bien en la película, a mi parecer. Ese oscurantismo tan chulo que encanta a más de uno. Si Darwin hubiera nacido español, lo hubieran quemado fijo. Rupert Everett, irreconocible, calvete, y con la mala sangre que aquí se precisa. Tristán Ulloa, de mi admirado abate Henri Breuil, del que tanto leí en la carrera (junto a André Leroi-Gourhan).

        La niña de Don Marcelino, repelente como ella solita. La España, idealizada, ojalá se hubieran dado debates tan encendidos entonces, y más ahora, que estamos mucho más necesitados. El descubrimiento de las pinturas paleolíticas, el revuelo montado, la opinión de la Iglesia al respecto… Me quedo con eso para salvar la película, y me sobra. No está tan mal, se puede ver.

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