(Ostras, nos han graffiteado media cueva)
Con
la película de “Altamira” tengo que reconocer que me acerqué a ella acojonado.
Después de estar un año entero oyendo en la radio lo mala que era, y leer
alguna crítica de algunos sesudos críticos de cine, donde no se escapaba ni el
apuntador, intentar ni siquiera verla un rato era todo un reto para mí.
(¿Hay alguien en casa?
Pero pudo más la curiosidad que las amenazas
cinematográficas, y esta semana ha caído. ¿Qué puedo decir? Bueno, que la cosa
no es para tanto. Empezando porque a mí me da igual que el tal Marcelino Sanz de
Sautuola fuera tatarabuelo de Botín (desaparecido magnate, millonario y
banquero del Santander), del Conserje del propio Banco Santander o de toda la
Directiva de la entidad bancaria, algo, al parecer muy importante para la
crítica cinematográfica. O que dicho banco pusiera el dinero, para la
producción, algo que también levanta el colon irritable a más de uno, pero
cuando se trata de tirar de dinero público para rodar auténticas bazofias, ahí
no entramos... Yo me he basado en mi crítica, en la propia película en sí, que
creo que es lo que se debe hacer, huyendo del polvo que cubre la tele en ese
momento.
(Qué verde era mi valle...)
A
lo hecho: La película no es para tirar cohetes. Eso está claro. Antonio Banderas
debe olvidar algunos gestos heredados de El Zorro, y que sigue repitiendo, yo
creo que ya inconscientemente, pero no hace mal papel (había oído absolutamente
de todo). El tema tampoco da para más, eso se tendría que reconocer, o por lo
menos para más de lo que ya se intenta aquí. El enfrentamiento Ciencia-Fe,
religión contra científicos (en este caso arqueólogos) es interesante. El peso
de la Iglesia Católica se refleja muy bien en la película, a mi parecer. Ese
oscurantismo tan chulo que encanta a más de uno. Si Darwin hubiera nacido
español, lo hubieran quemado fijo. Rupert Everett, irreconocible, calvete, y
con la mala sangre que aquí se precisa. Tristán Ulloa, de mi admirado abate
Henri Breuil, del que tanto leí en la carrera (junto a André Leroi-Gourhan).
La
niña de Don Marcelino, repelente como ella solita. La España, idealizada, ojalá
se hubieran dado debates tan encendidos entonces, y más ahora, que estamos
mucho más necesitados. El descubrimiento de las pinturas paleolíticas, el
revuelo montado, la opinión de la Iglesia al respecto… Me quedo con eso para
salvar la película, y me sobra. No está tan mal, se puede ver.
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