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viernes, 1 de septiembre de 2017

Alien: Covenant (2017)

Me ocurrió con “Prometheus” (2012). Me quedé un poco chooofff, cuando la vi en el cine. Esperaba otra cosa, por eso con “Alien: Covenant” (2017) preferí esperar a verla por Cable, antes de ir al cine y salir con el culo torcido… 
(Güeeeja, este es mi lado bueno)

(¿No hay fútbol?)


        El caso es que ya me he atrevido a verla, y bueno, creo que hice bien el día que decidí no ir al cine, porque si la llego a ver en pantalla grande, hubiera salido más cabreado que un enano en una discoteca…
(Ostras, el Celtic ha perdido...)


        Tenemos a la Covenant (si llega a ser española, se llamaría “Nuestra Señora de la Soledad del tercer asteroide”), una nave espacial cargada hasta las trancas con colonos, embriones y material para colonizar una nueva Tierra a siete años luz (Origae 6, Betis 2). En el quinto pino. El caso es que a mitad de camino, la nave despierta a la tripulación por culpa de un accidente meteorológico: Meteoritos, ondas gamma, frecuencias espaciales de TeleCinco… Lo normal, vamos…

(Si vas a Urgencias en Badayork con eso en la espalda, te dicen que eres un hipocondríaco. Si vas con el Alien, te dicen que te vayas con el perro a otra parte...)


        A los quince minutos, ya te das cuenta de que la tripulación está como una cabra en la barra de un bar. James Franco era el capitán, pero ha fallecido (gracias a Atenea) en la capsula de “Invernamiento invertido”, y eligen como líder al más idiota de todos ellos. Era él o el cubo de la fregona, y el cubo de la fregona perdió por un voto. La cosa sigue cuando, arreglando la nave, reciben emisiones antiguas de las MamaChicho y el Pressing Catch de un planeta cercano, que se les había escapado en la guía Michelin sideral. Y claro, ante eso, ¿Cómo vas a decir que no? Allá vamos de cabeza. Una vez en el planeta. Se dan cuenta, en su exploración, de que no hay animales ni Burguer King. Los tripulantes están todos emparejados, como en una religión rara o con la mentalidad de una cigüeña, y algunos de ellos les da por esnifar esporas del planeta. Allí descubren al androide de la Prometheus después de una pequeña tangana: David, por David Duchovny, que es igualito al que ellos llevan consigo “Walter” (los dos los compraron en el Cash Converters), pero este dice que él es un Assasin Creed. Entonces te enteras de que “David”, el androide, es menos fiable que un Seat Panda en una autovía. Hace trampas hasta jugando a La Oca. Pero todo Cristo se fía del bichino. Las esporas esnifadas eran aliens blancos, faltos de melanina y vitamina C (parecidos a unos chipirones, pero sin limón), que vienen ahora en formato “polvos para inspirar”. Más cómodos y rápidos. Y claro, aquí comienzan las bajas, y yo me fui a tomar un café…
(Si, yo también pensé que era Jean Michel Jarre)


        Mmmmm, entretenida, sí que es. Un rato. Pero mala también otro cacho, así que os la dejo a vuestra elección.
(¿Estudias o trabajas?)


        P.D: Hay un momento “Tocar la flauta como en 3º de EGB”, que es delirante… Pensaba que era "el afilaoh" de mi pueblo.
(Si hijos midos, reiros, que lo habéis hecho muuuuh bien)

3 comentarios:

Carlos dijo...

La tengo en pre-alquiler en el Google Play. Ya te diré cuando la vea. De Prometeus había leído mil salvajadas jeje y luego no me pareció tan mala.

Carlos dijo...

Joder que basura. El guión hace aguas por todas partes. No tiene sentido. La explicación del origen de los bicharracos es una jodiura como un piano. Puto androide metido a ingeniero genético. Prometheus fue una precuela regulera, pero aceptable. La crítica le dio demasiada caña. Con esta basura se han quedado cortos.

Duncan de Gross dijo...

Jajajajaja, Carlos, eres demoledorrrr!!! jajajajaja