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domingo, 18 de diciembre de 2016

El séptimo sello. Ingmar Bergman



        Suecia, mediados del S.XIV. La Peste Negra sola toda Europa. Tras diez años luchando en las Cruzadas, en Tierra Santa, el caballero sueco Antonius Blovk (Max Von Sydow) y su escudero regresan a casa. Nada más llegar, al caballero se le presenta la Muerte (que es un monje de hábitos negros), que quiere llevárselo, pero el Caballero le propone una partida de ajedrez. El espíritu está preparado, pero la carne es débil. La Muerte juega con Negras, claro está.

        La conversación del Caballero, con sus dudas y sus debilidades, con la Muerte. La dicha de la familia de cómicos y juglares, pobres, pero felices. La verdad, clara, del pintor de frescos (románico, pero debería ser gótico). La cinta es un camino, yo así lo he visto, lleno de reflexiones sobre la vida, la muerte, Dios, el ser humano y su destino, el alma, el amor y el sexo, la lealtad, las dudas de los que se creen creyentes (No grites: Ni Dios ni los hombres te oirán, dice el ladrón), la levedad del ser y los placeres.

        Hay una escena buenísima en que los comediantes (llamados José y María, y que tienen un niño) tienen que callar, sus alegres melodías, ante la llegada funesta de los canticos de los monjes, con su memento mori, el incienso y el Cristo a cuestas, los latigazos de los penitentes, el fervor del pueblo… El miedo… Los tres estados bien representados en su papel.

        Una de las partidas de ajedrez más interesantes que jamás haya visto. La danza de la Muerte. Por supuesto, “El séptimo sello” es una obra maestra. Imprescindible.


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