Una cosa te
quiero comentar, que no es mentira… Esta entrada está llena de revelaciones y
spoilers, tantos como una carretera extremeña. Si sigues leyendo, es tu problema.
Uuuuffffff,
madre mía, que perrería me entra solo de pensar que tengo que dedicarle unas
líneas, aunque solo sean unas pocas, a la serie de “Obi Wan Kenobi” (Disney,
2022)… Y es que, a pesar de un inicio interesante, la serie pronto me ha
resultado un tostonazo de una categoría superior… Pero en fin, comentemos
algunas cosas, sin entrar a analizar sus seis capítulos.
Han pasado
diez años desde que los Sith, con la famosa Orden 66, que elimina a casi todos
los Jedis que hay en el Universo, triunfaran. Los Sith ganaron Las Guerras Clon
(o clones), y ahora han instaurado su maléfico régimen, donde la república ha
dejado de existir como tal.
Obi Wan, que
es uno de los supervivientes de la Orden 66, está escondido en un apartamento
con vistas al desierto en Tatooine, mientras acosa a la familia adoptiva del
joven Luke Skywalker. Le suda un pie que maten delante de sus narices a otros
supervivientes como él, y echa la bonoloto los miércoles.
Un día,
viendo un partido de Segunda División, le llega el mensaje de que la joven Leia
ha sido raptada por el Imperio, y ahí va al rescate a pesar de que la Santa
Inquisición española, con sede en el Planeta Toletum, va tras sus pasos, por
hereje y por pagar el impuesto de rodaje de sus droides.
En su camino,
se va encontrando a una serie de hippies que lo están pasando fatal con el régimen
fascista y opresor de Anakin AKA Padrecito Vader, y le van ayudando en su
misión mientras Obi Wan va dejando un reguero de cadáveres. La serie nos enseña
que si ayudas a este tipo, tarde o temprano, te matan: Te balean, te
descuartizan, te sablean con láser o te derriban.
Obi Wan llega
a rescatar a Leia, que habla con un dorayaki metálico de Doraemon que vuela y
es mitad linterna mitad pisapapeles. El carácter antropocéntrico de la serie es
brutal, llegados al caso.
De paso,
visita un penal del Imperio, donde deja doscientas cincuenta plazas de
funcionario libres para las próximas oposiciones, a cambio de una galleta
voladora derribada de un tipo harto de marihuana del Planeta Mustafar.
Llegados a
este punto, hay que destacar la mala puntería, organización y gestión del
Imperio, que pasan por ser españoles en muchos aspectos perfectamente, y que
arrastran una Leyenda Negra desde el comienzo de los créditos iniciales.
Obi Wan y su
expadawan Anakin se enfrentan en una lucha poco épica, donde se tiran los trastos
(nunca mejor dicho), y acaban definitivamente su relación con una bandada de
recuerdos de otros tiempos donde el joven Anakin exhalaba mala inquina por
todos los poros del cuerpo, que no se iba ni con jabón verde.
Llegado el
momento, hay una escena para encuadrar, en la que Obi Wan con Leia y los cuatro
hippies que no han caído aun dando Vivas a la República, huyen en un
seiscientos, mientras que un Crucero Imperial falla todos y cada uno de los
9500 disparos que efectúa contra el trasto volador… Ya lo vimos con el Halcón
Milenario en su momento, pero aquí resulta completamente… Desazonador y poco
creíble, como mínimo y siendo benignos.
Finalmente,
Leia regresa con sus padres adoptivos, dejando las funerarias llenas hasta el
Planeta de los Ewoks, y Obi Wan se vuelve a Tatooine a seguir con su campaña de
acoso que atrae a toda la gente rara que hay por la zona. Fin.
Seis capítulos, seis, que plantean más dudas que respuestas. Insípida y aburrida a grandes ratos, y con un Obi Wan que no es el que conocemos de otras películas, más bien un nenaza cagueta de mucho cuidado a ratos, cenizo y dubitativo, que llega hasta donde llega de chiripa en chiripa. Espero que no haya Segunda Temporada, por el bien de todos. Y que la olvidemos rápido.
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