Lo
que me ha pasado con la Tercera Temporada de Ozark (Netflix, 2020) es que,
desde el inicio de la misma, me dio la sensación de estar ante una temporada de
transición. La llegada de nuevos personajes, poco relevantes y muy cojoneros en
mi opinión, no ayudaban a la narrativa en ningún momento, y tengo que reconocer
que en cuatro o cinco de los diez episodios que componen la temporada, he
bostezado a dos carrillos.
Sigue
teniendo ese aura, a mi parecer, de “Breaking Bad” en escenas en las que crees
firmemente en que los protagonistas ya la han cagado, y se siguen salvando “in
extremis” de todo lo que les cae y le echen encima.
Sin
duda, como suele suceder en estos casos, el mejor episodio es el décimo que en
sus momentos finales prescinde de una línea que teníamos desde el principio, y
que reinicia, por así decirlo, la trama para la Cuarta Temporada.
Sigo
recomendando la serie, pero es verdad que se hace cuesta arriba por momentos, y
que solo engancha cuando hay conflictos familiares realmente graves. El mejor
personaje, decididamente, ya a estas alturas, y con una intensidad de la leche,
es el de Ruth.
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