¿Qué
es lo primero que se te viene a la cabeza cuando te dicen “Corea del Sur”? No
sé a ti, pero a mí se me vienen muchas cosas a la tarra: Zombies, virus, matanzas
a tutti plein, hordas de coreanos sean muertos vivientes o no al ataque,
esbirros que guardan turno para atacar (en España tienen la manía de atacar
todos a la vez, así, democráticamente)… Y sangre, mucha sangre.
Y
es que “Carter” (Netflix, 2022) ya te ofrece 140 muertos en los primeros quince
minutos de metraje, como antesala de lo que se viene. “Carter” es un tipo que
se despierta en una habitación que es abordada por un comando occidental. No
recuerda nada, está en tanga y en la nuca le han implantado un microchip, con
lo caros que están, en los que recibe órdenes. Son voces que le llegan de
manera esquizofrénica al cerebro: Haz esto, haz lo otro, tírate por la ventana,
dale de comer al gato, monta una matanza de las gordas… Lo normal, vamos.
Huyendo
hacia adelante, como en los videojuegos, y con menos recursos que Spiderman en
un descampado, aparece en una sauna de la mafia local, integrada por 190 miembros,
que podría ser perfectamente una comparsa del Carnaval de Badajoz, y allí
comienza su caritativa labor de cortar miembros, repartir cuchilladas y
garantizar muchas transfusiones de sangre. Llegados a este punto, la presión
ocular ya se te ha ido de madre, ya que los movimientos de cámara te marean más
que el “Dragon Khan”, es una auténtica montaña rusa de giros, saltos y
trompicones aderezados con muertes cada pocos segundos…
En un respiro, se entera que su odontólogo, con las últimas fundas, le aplicó un detonador en la boca, y tiene que hacerle caso a todas las órdenes que le dé su voz interior, que es una agente norcoreana que quiere que Carter colabore con ellos, y con los del Sur, para curar el decimoséptimo virus mortal del mes que atenaza las dos Coreas, llamado DMZ, y que, por supuesto, transforma a la gente en terribles zombies con superfuerza.
Carter
es dirigido como el personaje de un videojuego, mientras se carga a los malos,
que son los de la CIA, que tienen en Corea tres millones de agentes
desplegados, que hay que ir eliminando sin pausa y con grandes dosis de virguería,
mientras rescata a la hija de un científico que le sale al paso y le intentan convencer que es,
realmente, agente de los malvados americanos…
La
película, que da giros y giros entre las diversas cuchilladas y tiros, recuerda
mucho a “Memento”, la de aquel tipo que se tatuaba cosas para no olvidarlas, y
algo a las de “Jason Bourne” pero mucho más violenta. La primera media hora es
mucho más entretenida que el resto, ya que pierde ritmo en los últimos
cincuenta minutos como cosa mala. El tema zombie casi es una trama secundaria,
y casi no aporta nada, o no tanto como cabría esperar…
Es una cinta la que le sobran, perfectamente, entre treinta y cuarenta minutos de metraje (a ratos se me ha hecho eterna) pero con escenas de acción entretenidas que a mí me han recordado a algunos arcades de plataformas en los que iban llegando enemigos que debían eliminar en un vehículo (tren, coche, furgoneta…En marcha), y que levantará dolor de cabeza a más de uno por las crisis de identidad del personaje por lo que conviene ver con paracetamol mediante y tener un final no demasiado espectacular…
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