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domingo, 17 de febrero de 2019

Mi rodilla derecha




         El pasado año (julio de 2018) celebraba el fin de mis Oposiciones (las últimas, por suerte, de mi vida) en Matalascañas. Normalmente, desde que llego a la playa, desde el primer día, siempre llevo mis gafas puestas, y no soy amigo de usar lentillas en zonas de mar. Pero, una noche, me dio por ponerme unas para salir después de cenar por Caño Guerrero, y, al día siguiente, tenía uno de los ojos con un picor, un escozor y un lagrimeo que no era normal.
       Sospeché que aquello podía ser una conjuntivitis del santo copón. Y, desde el hotel, me fui a la farmacia más cercana. Era un día de mucho sol, con mucha luz, y aquello me ponía el ojo muchísimo peor. Al subir una cuesta, tropecé con un banco de piedra que no vi. Tal fue el impacto, que el cuerpo se me volteó hacia la izquierda, y caí, con un dolor insoportable, de espaldas sobre la acera.
        La rodilla derecha me sangraba profusamente, y creo que el banco lo desplacé del rodillazo un par de metros. Por allí no pasaba nadie. Eran cerca de la una de la tarde. Con el ojo a la virulé, y la rodilla sin parar de sangrar, llegué hasta la farmacia, donde me compré un colirio, unas gasas, mecromina, tiritas… Llegué a manchar el suelo del local, para consternación de las farmacéuticas, pero ninguna se ofreció a curarme allí mismo, ni a interesarse lo más mínimo por mi estado. Así que, por mi parte, se jodan, y mucho.
        Una vez en el hotel, me curaron, y me recomendaron que, a pesar de lo que se suele decir, no me mojara la herida con agua de mar. Que eso es una puta locura, y que más de uno ha tenido unas infecciones temibles por mojarse con agua de mar las heridas. Alguien me insinuó que necesitaría puntos, incluso que podía tener un hueso roto, pero yo, bruto como una cabra, estuve sangrando tres días, y cojeando una semana. Hasta cerca de diciembre, no me desaparecieron las postillas de aquella herida, y, a fecha de hoy, me ha quedado una cicatriz bien fea.
        Pero, lo curioso de toda esta historia, y por eso la cuento, es que, a raíz de aquel terrible golpe, la maldita rodilla derecha se me ha convertido en una especie de barómetro, y, cada vez que bajan las temperaturas, o va a llover, me comienza a doler como si alguien me la estuviera machacando con un martillo una y otra vez. Es un dolor de la hostia.                  Cuando se lo cuento al personal, no se lo creen, y piensan que me invento el tema, pero… Es así. Un auxiliar de enfermería me ha comentado que ha conocido a gente, que se ha roto huesos, que sienten lo mismo que yo, así que, posiblemente, algo se rompió, realmente, aquel día que me di de bruces en una acera de Matalascañas.



P.D: Esto, a pesar de tener la etiqueta de relato corto, es verídico.

2 comentarios:

Scabbers dijo...

Brrrr, espero que no quedaran más secuelas, no es broma estar con la rodilla así. Un abrazo enorme

Duncan de Gross dijo...

Afortunadamente, es la única. Mil Gracias por leerlo. Un maullido ;-)