Basada en uno de esos libros, en esta ocasión firmado por Willy Vlautin
(2021), que, como suelo decir, no me he leído ni me pienso leer, “La Noche
Siempre Llega”, coproducción britano-yanqui de 2025 de 1 hora y 45 m, es uno de
esos estrenos veraniegos de Netflix (se ha puesto a rodar el pasado 15 de
agosto), que ha logrado despertar algo mi interés sobre el resto de propuestas,
bastante irregulares, por cierto, durante este tórrido veranito.
La cinta viene dirigida por
Benjamin Caron (que me suena de haber dirigido “Andor”), y protagonizada por
Vanessa Kirby, que también es productora de la película, así que todo queda en
casa.
Rodada íntegramente en
Portland (Oregón), “La Noche Siempre Llega” es una de esas películas en la que
la narrativa sucede en una noche, y se nos va estructurando, de manera lineal,
por horas concretas.
No sé si este tipo de películas tiene un género
concreto dentro del mundo del cine, lo desconozco totalmente. Pero una
característica que suelen tener es que la fauna humana nocturna, y la propia
ciudad, se convierten en un protagonista más en una selva curiosa, y peligrosa.
¿De qué va la película? La
narrativa se centra en Lynette (Vanessa Kirby), una mujer que vive en Portland
junto a su madre Doreen (Jennifer Jason Leigh) y su hermano Kenny (Zack
Gottsagen), quien tiene síndrome de Down y que es un DJ requetebueno.
La familia, que fue abandonada por el padre hace un
tiempo, se enfrenta a la amenaza inminente de perder su casa, que un agente
inmobiliario ha sacado a la venta.
Para evitarlo, Lynette, que trabaja de camarera y
se gana la vida también como cariñosa, debe conseguir 25 000 dólares en el
transcurso de una sola noche, ya que el dinero que tenían para la casa, se lo
ha gastado la madre en un Mazda en un arrepio que le ha dado, y que parece
pasar de la casa y de todo en general.
Este punto
de partida, inicia una carrera contrarreloj, donde Lynette no dudará en hacer lo
que sea para conseguir el dinero y poder llegar al día para entregar la pasta y
evitar la venta de la casa y el desahucio de la familia, y para ello hará todo
lo que sea, sea moral o no, en una ciudad que parece una partida del “Fatal
Fury” o algo parecido, y no hay nadie normal de la cabeza.
Así, comienza primero por
tantear a su amante, Scott (Randall Park), a quien le roba un coche y le saca
algunos cuartos.
Posteriormente, visita a una amiga escort, que le
debe 3000 cucas, y que le da acceso a una caja fuerte que es de su novio, un
político que le da a los polvos blancos, pero no es capaz de abrir la caja sin
ayuda. Así que recurre a un compañero de trabajo, del bar, Cody (Stephan
James), quien en un principio parece ayudarla, pero que nos ale rana e intenta
largarse con la pasta conseguida hasta el momento, obligándola a atropellarlo
para recuperar el dinero que ya se llevaba.
Finalmente, Lynette se ve obligada a reencontrarse
con un tipo que había abusado de ella en su adolescencia, una puerta que había
cerrado hace mucho tiempo, y al que recurre para vender los polvos de talco que
consiguió en la caja, y que, a pesar de acabar con el dinero en la transición,
termina bastante lastimada en el proceso. La verdad es que la película parece
un poco aventura gráfica, y vas saltando de pantalla en pantalla y de sorpresa
en sorpresa, y es que, en la noche de Portland, no hay nadie medio normal.
Lo curioso es que, después
de conseguir los 25 mil, y llegar a casa destrozada, su madre (Doreen), le dice
que pasa de la casa y que se va a largar con Kenny, dejándola a ella más sola
que la una.
Lynnete se ha vendido en
una noche, ha mentido, ha sufrido violencia, humillaciones, persecuciones,
peleas, en una noche chunga, y la madre le sale con esto, así que ella misma
también decide reinventarse y largarse… Y no sé por qué, creo que el final ya
me lo esperaba, y de hecho, lo trágico hubiera sido quedarse con la casa con
media ciudad detrás de tu cabeza.
En definitiva: Una de las
cosas que más me ha gustado de la película es presentar la ciudad, en este caso
Portland, como un producto resultado de la pobreza, el fin del sueño americano,
la marginalidad y las diferencias sociales cada vez más marcadas que tiene el
país. Tiene una parte muy marcada de thriller, otra de realismo social y
después está esa carrera, para mi nada creíble pero entretenida, por hacerse
con una cantidad increíble de dinero en pocas horas.
Está bien interpretada, y también destacaría que
aquí no hay personajes buenos ni malos, todos tienen sus matices, sus grises,
menos Kenny, que le da el punto inocente a todo el asunto.
Más allá de lo fantasioso de la misión, me quedo
con la reflexión que propone sobre lo que os decía de la ciudad, sus
habitantes, los problemas que arrastran, que es una espiral de cuidado, y la
incapacidad de salir de esa situación… No tengo casa, pero me he comprado un
Mazda. Es lo que hay.
De nota, le doy un 5,5. No está mal, a pesar de que ya habrás visto temáticas y narrativas parecidas, pero la reflexión queda.
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