Comenta Ray Bradbury, en el
prólogo de este cómic, “Fahrenheit 451” (Penguin Random House, 2019), que en
1950 venía de cenar con un amigo, y que paseando por Wilshire Boulevard en Los
Ángeles, paró un coche de policía ante tal sospechosa acción de andar paseando
por ahí, y el agente que se bajó del coche patrulla les preguntó que qué
hacían.
“Ponemos un pie delante del
otro”, contestó Bradbury, empeorando la situación, ya que el policía siguió insistiendo
sobre el motivo de que los dos hombres fueran caminando por el Boulevard…
Ese hecho. Esa simple
anécdota, inspiró, primeramente, un relato corto, y tres años después la
publicación de una de las mejores distopias que se hayan publicado en mi
opinión: “Fahrenheit 451”.
Un mundo, una realidad
paralela, donde los bomberos, en vez de apagar fuegos, los provocaban al quemar
los libros, y muchas veces, a los propietarios de dichos libros. Un mundo donde
la lectura está prohibida completamente, ya que leer obliga a pensar, y eso no
se puede tolerar. Solo unos pocos guardan aún el saber de las páginas de un
libro, y cada vez son más los que memorizan dichos libros, convirtiéndose en
legados vivientes de los mismos.
Montag, el protagonista del libro, se cuestiona su vida al presenciar un hecho que lo marcará irremediablemente. ¿Qué dicen los libros, son tan dañinos?
Tim Hamilton ha logrado, en este cómic, hacer una digna adaptación de la novela de Bradbury, con un dibujo un tanto frío y anguloso, pero que le viene como anillo al dedo para representar esa atmósfera, ese mundo deprimente en el que la población no piensa y está obsesionada con los programas del Telemuro.
Un cómic que se lee rápidamente, pero que se asimila, al igual que la novela, con tiempo y sosiego, pues Bradbury fue, ciertamente, un visionario, ya que en pleno S.XXI, hay personas, gobiernos y partidos políticos, que no quieren que leas, y mucho menos, que pienses. Por lo tanto, imprescindible su lectura.
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