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sábado, 11 de abril de 2020

The Wonderland (2019)



        El cine de animación es uno de los favoritos, y quizás no sea demasiado atrevido decir que es el mejor del mundo. Studio Ghibli dejó el listón muy alto, con Miyazaki a la cabeza. Ahora, una nueva hornada de directores y guionistas se ponen a la cabeza en diversas producciones, pero, da la sensación, que, ya no nos llegan tan buenas historias como las de antes.

       Con “The Wonderland” (2019), me ha pasado exactamente eso. He bostezado, y me he llegado a aburrir con una película que tiene un curioso planteamiento ecologista, pero cuyos personajes y tramas no han llegado a mí, y lo he intentado, pero hay una mezcla de elementos recurrentes, vistos ya en otras cintas, que, más allá del colorido y del intento de asombrar, no llega.

       En la narrativa, tenemos a Akane. Una chica japonesa que carece de confianza. Vive con su madre y con un gato gordo. Un día antes de su cumpleaños, su madre le manda que vaya a la tienda de curiosidades de su tía Chii, a por su propio regalo de cumpleaños, algo que irrita a Akane, ya que su tía le cae mal, y ve mal recoger su propio regalo.

       Estando allí (donde por cierto, hay un muñeco de Shin Chan, haciéndose un guiño el director, Keiichi Hara, a sí mismo, ya que él ha firmado alguna película del amigo Shinnosuke Nohara), un tipo con apariencia de mago decimonónico, con chistera, gafas y bigote, aparece del sótano de la tienda, acompañado por un pequeño duende de pelo rosa. Se presentan como el alquimista Hippocrates, y su discípulo Pipo.

       Después del infarto inicial, Hippocrates le comenta a Akane que ella es la Diosa del Viento Verde. Una deidad que puede salvar a su mundo del apocalipsis que se le avecina, ya que se está quedando sin colores, y donde hay un príncipe que necesita su ayuda…

       Tras esto, se trasladan, tía y sobrina, al mundo de los visitantes, donde todo es muy diferente… Y a partir de aquí, las escenas y acontecimientos comienzan a aburrir, como os decía, al espectador, hasta límites insospechados, y sus casi dos horas se convierten en baldosa, ya que todo te recuerda al “País de las Maravillas” en una versión edulcorada y falta de enganche, de fuerza, hasta el idílico final, que remonta, remonta… Y se acaba.

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