La verdad es que, al
poco de comenzar a leer “Los niños de humo” (Editorial Pez de Plata, 2018) de
Aitana Castaño y Alfonso Zapico (El
otro mar, La
balada del norte 1, La
balada del norte 2…), me ha ido recordando, en la temática, en el estilo y
en la narrativa, a lo que hace mi admirado Manuel Ávila (Al
relente, Trazos
de papel, Recovecos),
que ya os comentado alguna vez, es, para mí, a fecha de hoy, uno de los ocho o
nueve mejores escritores que tenemos, actualmente, en el panorama extremeño,
sin dudarlo.
Con la diferencia,
vital, que “Los niños de humo” se desarrolla, fundamentalmente en la cuenca, o
en las cuencas, mineras asturianas, y los libros de Manuel Ávila, aunque
recogen toda la forma de pensar, y de ser, de una región como la extremeña, se
centran en esa Aldehuela mágica que él ha creado, y que es un universo en
expansión, increíble y arrebatador.
Cuando los niños de las
cuencas salían del pueblo. Todos sabían de dónde venían. Sus ropas olían,
inevitablemente al humo de las locomotoras, de las chimeneas y de los tubos de
escape. Estaban marcados desde antes de que hablaran, no había necesidad. Las
historias de este libro, relatos cortos y microrrelatos (alguno con algún
premio) pretenden ser memoria de aquellos años, ya pasados, ya que ni Alfonso
ni Aitana pertenecen ya a una generación de la mina, sino que son los primeros
entre los suyos, que se dedicaron a otros menesteres. Pero, la memoria no hay
que perderla, hay que recordar de donde viene uno, recordar aquellas maravillosas
historias, entrelazadas, a aquellos mineros, con sus penas y sus alegrías, sus
gozos y sus tristezas, que quedaron marcados por las cuencas y la dura vida que
allí se desarrollaba.
“Los niños de humo” es
un librito corto, apenas cien páginas. Se lee rápido, adornado por los dibujos
de Zapico, enseguida te encariñas con los personajes y las historias que
cuentan. El libro viene acompañado con una lámina, por lo menos en mi edición,
titulada “La línea del ojo”, que ha sido uno de los relatos que más me han
gustado. Igualmente trae, al final del libro, un pequeño diccionario de
palabras en bable, o en asturiano, por si uno se pierde. En mi caso, me ha
parecido curioso destacar, que, el castúo (el del norte de Cáceres, el de
Gabriel y Galán, no el de Chamizo) y el asturiano son similares en palabras y
expresiones.
En fin. Un librito entretenido,
tierno incluso, una memoria viva de recuerdos, que, espero, no se pierdan en el
humo de la desmemoria… Que en pocos meses de su publicación vayan por la Tercera Edición, creo que no es baladí.
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