Al relente se disfruta
la vida, en muchos aspectos, ya que al relente es cuando más te das cuenta de
que las pequeñas cosas, las que suceden alrededor, en nuestro día a día, casi
sin darnos cuenta, son las más valiosas, y muchas veces las que menos admiramos.
Al relente los vecinos hablan. Al relente ríen, comparten, hablan, y al
relente, en Aldehuela, se siente lo atávico como lo normal, se hace pueblo, se
hace gente.
“Al relente” (Manuel
Ávila, 2019, editado por Ringo Rango), es el tercer libro dedicado al Universo
mágico que es Aldehuela, ilustrado por José Manuel Téllez, que, con sus
dibujos, nos hace sentir más cercanos, incluso si cabe, esos maravillosos
personajes que describe Manuel, y que comparte con nosotros, de Aldehuela, de
una Extremadura siempre presente. Con sus desdichas, sus historias, sus tardes
y sus chatos de vino, sus diversas suertes y el embrujo que tienen sus
callejuelas.
Este tercer libro,
después de “Recovecos”
(2016) y “Trazos
de papel” (2016), nos trae un ambiente, quizás, más reflexivo, más intimo
con sus personajes. En los anteriores me pareció que abundaba más el diálogo, y
el protagonismo de los personajes, aquí más la narración y la presentación en
muchos de sus relatos del propio narrador, que no pone ni quita rey, solo ayuda
a su señor, que es el hecho, la anécdota, el chascarrillo maravilloso,
delicioso, que hace que al lector se le escape una risotada (como me ha
ocurrido), o que se quede reflexivo ante un pensamiento, absorto ante un cuadro
extremeño, que cobra vida ante tus ojos, en tus manos, en tu mente, y que no
puedes dejar de observar, de admirar.
La sencillez, la calidez
de los personajes y la cercanía de los mismos, se dan la mano en “Al relente”,
que no deja de ser un viaje a la nostalgia de muchos de nuestros pueblos, que
comienzan a vaciarse, y que muchas de estas vivencias, o similares a ellas, se
las lleva el viento de la despoblación. La sabiduría, decía uno, muchas veces
se resume en las arrugas de las manos, y evocar a estos personajes, es tocar
algo dentro de uno mismo, en el alma, es el olor del limonero, del jazmín, el
botijo en la ventana, los pardales en las tejas, los gatos dormitando en la
camilla junto al brasero de picón. Manuel sabe tocar todas esas cuerdas como
nadie, tañe y oírlo, leerlo, es soñar con risas, melancolías, y volver, en mi
caso, a una infancia que yo no podría narrar con tanta claridad y vehemencia.
Sublime.
No hay comentarios:
Publicar un comentario