Lo reconozco: A pesar de la promo que le
dieron desde finales de año, no fui uno de los que fue al cine a ver la nueva
entrega cinematográfica del “Capitán América”, icono marvelita donde se precie,
este pasado mes de febrero cuando se estrenó, y que salvó lo invertido a pesar
de las críticas.
No,
la verdad es que pasé bastante del tema, primero porque por lo poco que saqué
en conclusión de las promos, de los avances en cines y de los mentideros, es
que era casi más una película de Hulk, o de nuestro Hulk Rojo, más que del
Capitán América, y posteriormente, porque las últimas películas de
Marvel-Disney me han dado la sensación de que tienen más envoltorio que otra
cosa.
Estamos
de acuerdo que los años pasan, los personajes deben evolucionar y cuando vimos
a Sam Wilson agarrar el escudo del Capitán América, y la miniserie del 2021,
“Falcon y el Soldado de Invierno”, sabíamos que venía una nueva fase marvelita,
¿Mejor que la que habíamos visto hacía una década? Quizás no, pero lo que
estaba garantizado es que venían curvas, baches y cambios de dirección que no
todos íbamos a entender o disfrutar, eso estaba claro…
Quizás
sea, que muchas veces lo he comentado, que mi visión de Boomer no me haga ver
las cosas con claridad, y que si tuviera cuarenta años menos, posiblemente la
vería o la apreciaría de otra manera, pero después de haber visto esta nueva
producción del “Capitán América”, tengo que reconocer que tiene sus momentos
entretenidos, basados fundamentalmente en todos los efectos metidos por metro cuadrado,
pero que también a ratos me ha parecido estar viendo un anuncio de juguetes con
un Capitán América que tiene su escudo, la tecnología Stark, y al que le clavan
cuchillos, le tiran granadas y bombas y le dan tiros y es prácticamente
invulnerable e indestructible, y cuyo mayor morbo y gancho es siempre un Hulk,
sea verde, rojo, violeta o con todos los colores del arco iris…
Porque… ¿A quién no le gusta un buen Hulk? Los Hulks son como los baptisterios y los imperios romanos del S.I, ¿A quién no le gustan? Sam Wilson no es desde luego Steve Rogers, y eso es algo que está claro desde el primer minuto. Es un querer y no poder, un intentar justificar, pero no llegar.
En
la narrativa, me he llegado a perder un poco, pero reconozco mi culpa, ya que
no vi “Eternals” en su día, y lo de la isla celestial, que me sonaba a
“Castillo en el Cielo”, me trastocado un poco hasta que me he puesto en
antecedentes.
La
película comienza con nuestro Capitán América y Joaquín Torres, el nuevo
Falcon, en una misión en Oaxaca (México) donde vamos a conocer a uno de los
malos, Giancarlo Esposito, como no podía ser de otra manera. El mundo está
tensionado, a pesar de que no hay aranceles y nadie conoce a Trump, pero ha
aparecido un nuevo metal, el adamantium, que es el metal del que está hecho el
exoesqueleto de Lobezno, y que supongo que dará paso a la introducción en un
futuro próximo, de los X-Men.
El
caso es que hay potencias interesadas en su control, un tanto elegidas al azar:
Japón por cercanía, que ya han dado un primer paso. India, Francia y supongo
que San Marino. El resto del mundo no existe, y ni falta que hace.
El presidente Thaddeus
“Thunderbolt” Ross, que es un Harrison Ford que a veces da la sensación de que
se está preguntando: Dios Mío, ¿Qué carajo hago yo en esta producción, como
llegué aquí?
Propone un tratado justo y equitativo entre
las cuatro naciones que conforman el mundo conocido para evitar conflictos. Nos
lo repartimos todos como buenos hermanos. Es típico de los gringos, y a mí me
causa risa y estupor cuando veo estas cosas, porque habrá gente que se las crea
y todo.
Pero la reunión en la que Ross explica sus
planes a los dignatarios internacionales termina a tiros. Varios soldados y
guardaespaldas son manipulados para disparar contra otros, incluyendo a Isaiah
Bradley, el supersoldado del programa original, que acaba de cumplir ciento y
pico de años.
Nuestro Sam, que está
presente en el acto, actúa con rapidez, pero no puede evitar que quieran encarcelar
a su amigo Isaiah, que una vez fuera del control mental, lo último que recuerda
es haberse bebido un Cola Cao en el 53.
Entonces, nuestro Capi,
que tiene las mismas luces que un Seat Panda, y Robin, digo, Joaquín Torres,
dan con la pista de nuestro villano rápidamente. Un tipo que ama las
estadísticas y se hace la raya al medio, Samuel Sterns, que ya salió en el
Increíble Hulk de 2008, por eso, esta película es más Hulk que otra cosa, entre
enemigos, novias y pastillas gamma de venta en farmacias.
El tipo, cada vez que
pone la canción “Blue” de “Eiffel 65”, maneja al personal a su voluntad, y lo
mismo les manda comprar al Mercadona, que liarse a tiros. La resaca después
hace que te duelan hasta las cejas.
¿Quiere dominar el
mundo? No, quiere llamar la atención. Hace quinielas y te saca las
probabilidades de que te toque la bono-loto. Es el camello del presidente Ross
y quiere vengarse de él por traicionarlo en el pasado. Ross, que ha estado
tomando pastillas gamma por el colon irritable, tiene una dolencia cardiaca, y
la prensa hace que se transforme en Hulk Rojo, manteniendo una lucha épica
contra Sam Wilson cuando al Ross transformado le da por reformar la Casa Blanca
a trompadas.
En
resumidas cuentas, eso es la película. ¿Hay que verla? Hombre, si eres un fan
marvelita la verás. Yo me alegro no haberla visto en el cine, o hubiera quemado
la sala. Entretiene, pasas el rato, dura una hora y cincuenta minutos, pero no
es de lo mejor ni por asomo, de la franquicia. Al final tenéis una escena
post-créditos en plan: Yaaa estáaaan aquíii, y te haces una idea de lo que se
vendrá…
¿Nota? Un 5 raspado. Por los efectos, por las tonterías de Robin, digo, el nuevo Falcon y por demostrar como la prensa puede transformarte en un Hulk. Bravo por esa prensa cojonera, así siempre con todos los políticos, del color que sean…
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