Guiado
por las buenas críticas, y por la presencia de Willem Dafoe, todo hay que
decirlo, me he metido de cabeza en “El Faro” (Amazon, 2019). Spoilers a cascoporro, como debe ser.
Para
comenzar, lo primero que llama la atención es que la película está rodada en
blanco y negro, con un formato poco habitual 1:19.1, que parece meterte en una
atmósfera un tanto asfixiante, ya de entrada.
En la narrativa, tenemos a dos fareros que llegan de relevo a una pequeña isla perdida de la mano de Dios. Pronto, ya desde el inicio, las malas relaciones entre ambos les llevan a situaciones surrealistas, protagonizadas por visiones de gaviotas tuertas, masturbaciones, sirenas (tal cual, Freud se pondría las botas con esta película) y malos tratos por parte del jefe respecto al chico, que debe hacerse cargo absolutamente de todos los trabajos duros.
La
bebida, las borracheras, comienzan a ser habituales y cuando parece que van a
ir a por ellos para el relevo, no aparece nadie, lo cual les lleva a volverse
más locos si cabe, donde las supersticiones comienzan a cobrar vida.
La
película dentro del género del terror psicológico no es para ponerse a temblar,
pero reconozco que harías las delicias de Poe, Hitchcock, o siendo más patrios,
a Ibáñez Serrador.
Los
primeros planos, de frente, en picado, las referencias bíblicas y marineras
están muy bien durante una hora, pero las dos horas largas de la cinta hacen
que comiences a mirar el reloj cada treinta segundos. Me imagino a cualquier crítico
cinematográfico, en la puerta del cine, con cincuenta kilos de más y cigarro en
la mano diciéndote que estamos ante una obra maestra, pero a pesar de buena, no
es así. Colecciona una docena de premios de todo tipo, y el ahorro en actores
(3) es de agradecer, pero aparte de rayarte, puede llegar a aburrirte por
momentos, y la media hora… Pues claro que le sobra media hora larga,
perfectamente.
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