Como cierre a la trilogía
de la vida de Alan Ingram Cope, me he leído el último tomo que le ha dedicado
Emmanuel Guibert a su amigo estadounidense fallecido en 1999. Supongo que
Guibert tendrá mucho material grabado, de las numerosas entrevistas que le hizo
a Alan en vida, aparte de fotografías, dibujos, poemas y otras cosas, pero
también creo (o eso espero), que cierre ya el circulo en torno a su persona. Y
no me malinterpretéis, no significa que sus tres obras no me hayan gustado,
todo lo contrario, pero me da que el propio Guibert debería cerrar ya página,
veinte años después del fallecimiento de su amigo.
“Martha y Alan”
(Salamandra, 2018) es un bonito recuerdo que nos lleva a los años veinte,
principios de los treinta. Con un Alan pequeño, un niño, que encuentra en
Martha, una compañera del coro presbiteriano de su Iglesia, la compañera de
juegos ideal, entre árboles, columpios y juegos infantiles.
Alan pierde a su madre
pronto, y su madrastra le cambia los hábitos, entre ellos visitar a su amiga, que,
en su ausencia, sufre la polio que le deja una cojera de por vida. A los
dieciocho años, antes de ir al frente, durante la Segunda Guerra Mundial, Alan
la busca, pero ella lo tratará con desdén, algo que recordaría setenta años
después, vivamente. Alan, retomó la amistad epistolar con su amiga de la
infancia, compartiendo recuerdos de un tiempo que ambos comienzan olvidar en su
vejez.
A diferencia de “La infancia de Alan” y “La Guerra de Alan”, donde la viñeta suele ser
protagonista, con los claroscuros y el uso de pocos colores, más allá del
blanco y negro y los grises, “Martha y Alan” es una poética explosión de color,
acompañada de mucha melancolía, añoranza y recuerdos preciosos. Es, sin duda,
un buen remate final para la maravillosa historia de Alan Ingram Cope.
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