Leer “La
infancia de Alan” hace unos pocos meses, me ha llevado a engancharme a esta
trilogía del francés Emmanuel Guibert, compuesta por el citado libro, este que
os traigo hoy: “La Guerra de Alan. Según los recuerdos de Alan Ingram Cope” (Salamandra
Editorial, 2019) y “Martha y Alan”, que cierra la serie, y del que os escribiré
una entrada en breve.
Guibert iba un buen día
por la Isla de Re (Francia), cuando se encontró con una pareja de ancianos con
los que pronto trabó amistad. Ella era francesa, y él era un estadounidense que
había “combatido” en la Segunda Guerra Mundial (no pegó un tiro, e iba de aquí para allá conociendo gente). A Guibert, el señor, llamado
Alan, le pareció muy interesante. Tanto, que decidió grabar las conversaciones
que mantenía con él, con el fin de sacar un cómic sobre su vida, basándose,
igualmente, en una serie de fotografía que el propio Alan le enseñaba.
Alan Ingram Cope no tuvo
una vida interesante, a pesar de que se codeó con gente, que a su vez se
codeaba con gente más importante (como Octavio Paz o Henry Miller). Con
dieciocho años, es llamado a filas, tras el ataque de Pearl Harbor, sin saber
ni siquiera donde estaba situada la Base Naval estadounidense.
Tras una instrucción de
años, donde ejerció hasta como profesor de códigos de radio, es mandado “al
frente” francés, en febrero de 1945, con la guerra prácticamente terminada,
donde formará parte de un grupo de tanquistas. La Guerra de Alan no fue nada
interesante, fue anodina y sin heroicidades, pero tuvo anécdotas dignas de
contar.
Tras la guerra, fue de
aquí para allá, sin encontrar su sitio en el mundo, mientras rompía compromisos
matrimoniales, se casaba para divorciarse poco después, y trabajaba de lo que
le iba saliendo mientras estudiaba alfarería. Cansado de la sociedad, que él
define como “fundamentalista cristiana” de su país, decide instalarse
definitivamente en Francia, donde se jubilará para dedicarse a su huerto. Alan
no llegará a ver su vida en cómic, pues falleció (1999) pocos meses antes de
que el cómic saliera a la luz.
El cómic va variando en
estructura según avanza. Seis viñetas uniformes, cuatro horizontales, grandes
planos sin fondos, con un blanco y negro riguroso que se rompe en las últimas
páginas de la edición, antes de pasar a un conjunto de fotografía antiguas del
protagonista. Rezuma melancolía y “oportunidades perdidas” por los cuatro costados.
El protagonista estaba convencido de que su vida no había sido interesante y
que había perdido muchos trenes, pero al lector no le da esa sensación por
mucho que ese sentimiento se repita, sobre todo después de la guerra en su
deambular y en su relación con amigos, mujeres y familia.
Me ha parecido un cómic
muy interesante, y creo que la labor es titánica, ya que, una vez leídas las
dos primeras partes, me imagino el trabajo para organizar la memoria de Alan,
que da algunos botes en el tiempo para explicar mejor unas partes que quedan
colgadas, mientras cierra círculos. Su vida, a pesar de ser algo discreta y
simple, no me ha parecido aburrida, y mi interés por el cómic ha ido creciendo
según leía.
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