“La casa de verano” (2018)
es otra película (que mala suerte tengo últimamente) que no me ha llenado, o
que no me ha llegado a contar nada relevante, esa es la palabra, relevante. Es
una especie de comedia francesa, a lo Woody Allen, sin llegar ni por asomo al
nivel de Allen, y a veces, ni siquiera al género de la comedia (si era de lo
que se trataba).
A una enorme casa
familiar situada en la Costa Azul, comienzan a llegar una serie de personajes,
cada uno con sus historias, unos son familia y otros no. Por lo menos una
docena y media, que nos van contando sus manías, sus fobias, sus vidas y sus
historias. Allí llega Anna y su hija. Acaba de salir de un divorcio, prepara
una historia para su próxima película, y aquello es como un micro-universo
donde todos van pasando, como en unos actos teatrales, ajenos a todo lo que no
sea la casa, sus habitantes y sus empleados.
Caen en cierto
surrealismo, pero ciertamente, yo he llegado a bostezar alguna que otra vez.
Estos comederos de tarro, de gente bien, venida a menos, hay directores y
guionistas que lo clavan, aquí, me temo, que no es el caso, y además, su
excesivo metraje (dos horas) no juega a su favor.
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