Después de haberme leído “El
eternauta” hace ya un tiempo, y hace relativamente poco, “El
eternauta 2”, y sin posibilidades de ningún tipo, de hacerme con la tercera
parte, que sé que se publicó en los años ochenta… He rebuscado en las estanterías
de los libros y cómics sin leer, y me he encontrado con este “El eternauta. El
mundo arrepentido” (Club del cómic Ediciones, 1997), basado en el universo
creado por H.G. Oesterheld, de Solano López y el guionista Pablo “Pol”
Maiztegui, que yo sabía que tenía desde hace un tiempo.
Leerlo me ha traído
sentimientos encontrados. Por un lado, el título pone “El eternauta”, el
protagonista es Juan Salvo, pero no me he sentido identificado con la narrativa
del clásico argentino. Para nada. Es un cómic interesante, entiéndase, si que
lo es, pero para mí no es Juan Salvo, ya que no es su universo. No están los
amigos (German, Franco, Favalli…), la familia, o los malvados “Ellos”, Manos,
Gurbos… Es cómo meter a Don Quijote y Sancho Panza en un episodio de “Juego de
Tronos”, no pega ni a la de tres, (y no he dicho “Star Wars”, porque yo poseía
un cómic de finales de los setenta, donde Don Quijote aparecía en dicho
Universo…, aunque Conan, ahora que lo pienso, ha estado ya varias veces en el
futuro…)
En esta historia tenemos
a un grupo de jóvenes científicos argentinos que trabaja en experimentos
interdimensionales, entre mate y mate, y entre porro y porro, el caso es que
materializan a Juan Salvo, que andaba por la dimensión desconocida, y este,
vestido con un traje blanco con el símbolo del infinito, les cuenta a los
jóvenes la historia de la primera parte, obviando la segunda (aventura en el
futuro con German), y añadiendo otra que le acaba de ocurrir: Había sido
transportado a un planeta rojo, con una atmósfera irrespirable porque el
planeta se moría. Los habitantes de dicho planeta eran unos bóvidos de colores
(marrones, verdes, azules) de apariencia antropomórfica, que residían en una
cúpula, y que se daban golpes de estado martes y jueves alternos, mientras
buscaban una cura para su planeta, para el virus o plaga que los aniquilaba
(que se da a saber que son ellos mismos, su existencia propia).
Con la llegada de Juan,
se mueren por experimentar con él, para ver si en su ADN hubiera algo que
pudiera servirles a salvarse. Olgvir, uno de los pocos telépatas que quedan en
el planeta, le ayuda a entenderse con los demás seres, que solo hablan jeroglífico
básico, y le ayuda a escapar de los experimentos que se le tenían reservado, junto
a un activista llamado Milkor, antes de caer el mismo bajo los efectos del
virus mortal que los atenaza. El propio Milkor cae fulminado de un disparo,
pero le regala al eternauta un medallón de recuerdo.
En su huida, sale fuera
de la cúpula, perseguido por dos de estos bóvidos, perdiendo el medallón recién
obsequiado en su carrera, y aparece entre los jóvenes argentinos que
practicaban la güija interdimensional, volviendo al inicio del cómic. Pero en
la noche, se materializan estos dos perseguidores, que son reducidos entre
todos, antes de que Juan vuelva al espacio interdimensional con sus
acompañantes. En la viñeta final, los de la Nasa analizan el souvenir que
Milkor le había regalado, agonizante, a Juan. Proviene de Marte, y tiene más de
cien millones de años, por lo que el lector deduce, que no le había regalado
cualquier baratija de una tienda oriental…
Mmmmmm, me ha gustado, si. El dibujo de Solano muy bueno, por variar, el color también, y se agradecen los pin-ups de las últimas páginas, de diversos dibujantes, pero
repito, para mí no es “El eternauta” (Oesterheld dejó el listón bien alto) a pesar de que rezuma crítica con fondo ecologista, y
tema totalitario gubernamental. Lo dejo a vuestra elección.
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