A mi siempre me ha gustado el
estilo, fino y elegante, del dibujante catalán Alfonso Font (1946). Aquí hemos
hablado, hace un tiempo, de los cómics “El
As negro” e “Historias
negras”. Es un artistazo, en mi opinión, de los pies a la cabeza, y ya
siendo joven, leía a principios de los ochenta, historias suyas, dibujadas en “Cimoc”,
“1984” y “Creepy”, por citaros algunas…
De Enrique Sánchez Abulí (1945),
nunca hemos hablado en el blog, pero es prácticamente de la misma generación de
Alfonso Font. Conocido por sus trabajos en “Creepy”, “Torpedo 1936” (los tengo
en alguna parte, pero no los encuentro, pero sé que los tengo), “Historias
negras” (junto a Jordi Benet) y algunas cositas que tenía en “El Jueves” y “Makoke”,
revistas míticas del panorama comiquero español.
Y cuando juntas a estos dos
grandes de la historia del cómic y la historieta nacional, solo puede salir
algo bueno, algo grande. Una pequeña joya. Y esa es mi sincera opinión de “La
flor del nuevo mundo” (Planeta, 2017), un cómic basado en la conquista
(fallida) por parte de los españoles, evangelización y repoblación de Chile,
que comienza el extremeño Pedro de Valdivia, veterano soldado de las guerras en
Italia, casi “alegremente”, y que se convertirá en un infierno para los españoles,
cuando no puedan evitar los continuos ataques y saqueos de los indígenas, y de
los caciques Caupolicán y Lautaro. Tierra, la de Nueva Extremadura, donde el
propio Valdivia encontraría la muerte en Tucapal.
En el cómic, seguimos la pista
a Isabel de Maluenda y su marido (Juan), que, en 1541, se desplazan desde
Sevilla, siguiendo los pasos de Valdivia a Nueva Extremadura, y adentrándose,
como colonos más al sur. Pronto, la expedición es atacada, e Isabel secuestrada
por el jefe mapuche Huagale, que la corteja hasta que Isabel es rescatada por
un soldado español.
Desde la aldea mal fortificada
de Villarrica, habitada por lisiados, borrachos y unos pocos indios. Isabel
deberá lidiar contra un nuevo ataque mapuche, dirigido por Huagale…
El dibujo es una pasada, el
colorido fantástico. Algunas páginas recuerdan los misteriosos cuadros de Henry
Rousseau “El aduanero”, y el final onírico. Para mí, es una pequeña joyita,
disfrutable de principio a fin.
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