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La historia
del teniente Onoda, es la historia de una decena de soldados japoneses que
siguieron luchando después de que la Segunda Guerra Mundial concluyera en 1945.
Aislados, escépticos ante los
acontecimientos, perdidos en selvas e islas perdidas del Pacífico, estos
soldados testarudos, pero peligrosos por sus circunstancias, fueron rescatados
a lo largo de las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta (el último de
ellos, que no fue realmente Onoda, aunque si posiblemente el más icónico, fue
rescatado a finales de 1974 y se llamaba Teruo Nakamura, japonés de origen
taiwanés que fue recibido con muchísima frialdad).
Onoda fue una celebridad. Se escribieron
libros, se hicieron un par de películas que yo recuerde, la última una
producción francesa de hace unos pocos años, y ahora tenemos la suerte de
disfrutar de un cómic, que viene de la mano de Nacho Golfe al guion (Von Braun.
La Cara Oculta de la Luna), y a los lápices tenemos a Daniel Tomás, al que
conocemos por sus fantásticos cómics “El Fin del Mundo” y “Tucson. Dragones del
Desierto” …
Una
de las cosas que hay que destacar de este cómic, “Onoda. Último soldado
Imperial”, es su magnífica documentación, que incluye un contexto histórico
final fabuloso, y que casa muy bien con el dibujo de Daniel Tomás, para narrarnos
estos hechos reales, que se centran en la vida del teniente japonés Hiroo
Onoda, al cual vamos a conocer desde su formación hasta su regreso a casa.
Treinta
años llenos de emoción, soledad, incomprensión, peligros en la isla de Lubang
en Filipinas, en la que estaría destinado hasta 1944 mientras sobrevivía,
primero a la desaparición de su pequeño grupo, y posteriormente a aquella lucha
interior por la que se negaba a aceptar el final de la guerra, teniendo que ir
un superior suyo, retirado y librero de profesión, el Mayor Taniguchi, a
convencerlo de que depusiera su viejo rifle reglamentario.
Onoda
no era un hombre extraordinario en ese sentido. Vivió 91 años, y fue criado y
educado para obedecer ciegamente órdenes, en este caso militares, donde la rendición
no tenía cabida, y la lealtad por encima de todo guiaba su día a día, y su
razón de ser.
El cómic, aparte de
mostrarnos el episodio histórico, en el que veremos al pequeño grupo de
japoneses enfrentarse a campesinos, matar y morir, huir de emboscadas (hasta
111 según Onoda, logró esquivar), tenemos esa conexión emocional con un
personaje que se sabía que andaba por allí, pero que no fue realmente tomado en
cuenta hasta que un joven de amplia sonrisa, Norio Suzuki, y con tres objetivos
en la vida (Hablar con Onoda, localizar un Panda Gigante, y encontrar un Yeti,
murió en esa tercera misión) lo encontró e hizo todo lo posible para que
volviera a un Japón que había cambiado muchísimo respecto al que él había
dejado atrás…
Cuando se rindió, Onoda
tenía 52 años, y vestía su uniforme militar de oficial del Ejército Imperial, y
conservaba 500 cartuchos, su fusil Arisaka Tipo 99, su espada de oficial,
varias granadas de mano y una daga ritual que le había regalado su madre en
1944 para que se quitara de en medio en el caso de ser necesario, algo que
explica en el cómic, realmente tenía prohibido por la educación militar
recibida durante su entrenamiento.
A pesar de que había
matado a una treintena de habitantes de la isla filipina, fundamentalmente
gente local y campesinos de la zona, y participado en varios tiroteos con la
policía y con los propios campesinos que los emboscaron en algunas ocasiones,
se tuvieron en cuenta las circunstancias y Onoda recibió un indulto del
presidente filipino Ferdinand Marcos.
El Japón al que regresó
Onoda era muy diferente… Un Japón donde el Emperador ya no estaba divinizado,
donde las bombas atómicas habían creado una sociedad antibelicista, y donde las
ciudades japonesas se poblaban de industrias y rascacielos, siendo una de las
economías más potentes del mundo. Onoda no lo resistió, y volvió a la selva,
brasileña en esa ocasión.
A mi me ha dado por
pensar en la cantidad de soldados japoneses que seguramente fallecieron en
alguna isla o selva perdidos, durante años, y que no se llegaron a localizar, y
es que el cómic en su contexto histórico final, habla de algunos de aquellos
soldados, que se encontraron y regresaron a casa después de haber terminado el
conflicto.
Algunos de los más conocidos son:
- Shoichi
Yokoi, encontrado en 1972 en la isla de Guam, donde había permanecido
escondido durante 28 años. A diferencia de Onoda, Yokoi estaba solo desde
1964 y vivía en una cueva.
- Teruo
Nakamura, de origen taiwanés y soldado raso del Ejército Imperial, fue
hallado en Indonesia en diciembre de 1974, poco después que Onoda.
Nakamura vivía aislado en una choza y sobrevivía cultivando su propio
alimento. A diferencia de Onoda y Yokoi, no fue celebrado en Japón debido
a su origen taiwanés.
- Kinshichi
Kozuka, compañero de Onoda en Lubang, permaneció junto a él hasta 1972,
cuando fue abatido por la policía filipina durante una de sus incursiones.
Seguramente hubo otros
muchos casos en otros conflictos, aunque no tan alargados en el tiempo como los
de estos soldados japoneses, a mi me viene a la cabeza un grupo de españoles
que resistieron en una localidad filipina llamada Baler hasta un año después de
haber concluido el conflicto, por poneros un ejemplo que también podéis
encontrar en cómic.
En definitiva: Un cómic fabuloso “Onoda. Último soldado Imperial”, en el que de manera paralela a la historia de Onoda, vamos a ir viendo como Japón, y el mundo, evoluciona hacia la modernidad.
Hay que felicitar a Nacho Golfe, Daniel Tomás y a Yermo Ediciones por este grandísimo cómic que es de lo más recomendable, entretenido y didáctico a rabiar, como a mi me gustan, cómics con los que uno aprende. Su precio, por cierto, es de 20 euros, que no es precio para disfrutar de esta maravilla.
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