“La Gran Fuga” (Netflix, 2017) entró con cierta
fuerza hace una semana y media, como una de las películas más vistas en España,
dentro de la plataforma Netflix, y la verdad es que, tras ver el tráiler, no me
convenció porque me pareció la versión francesa de la saga “Fast and the
furious” (o “A todo gas”), de las cuáles solo vi las dos primeras allá en el
Paleolítico Superior, y de las que reconozco no ser muy seguidor…
Pero hoy me ha vuelto a salir en las
recomendaciones, donde está en la mitad de la parrilla, en la quinta posición
concretamente, y a pesar de que el nombre de Scott Eastwood no me dice mucho, o
más bien nada, pues está a millas del padre en cuanto a interpretación, siempre
es un placer ver a la guaperrima Ana de Armas, así que me he decidido verla,
más por curiosidad antropológica que por verdadero interés cinematográfico.
En la narrativa: Los hermanastros Foster, que
podrían haber sido primos perfectamente, se proponen robar un Bugatti de 1937
recién subastado por 41 millones de leuros. Solo hay dos en el mundo, y durante
su traslado idean un plan para hacerse con él en una espectacular operación en
la que no hay coches en la carretera a pesar de ser la típica nacional
extremeña.
Pronto, te das cuenta que la película no ofrece
nada original, y es una de esas en la que tienes que apagar el cerebro para
disfrutarla, o ponerlo modo ameba: Coches de lujo, acción y chicas. Una formula
más que trillada y que hoy en día ciertos sectores la miran por el rabillo del
ojo…
Pero, sigamos con la narrativa: Una vez entregado
el coche, se enteran de que se lo han robado al tipo equivocado, a un mafioso,
a un traficante de Marsella, que colecciona coches históricos como yo deudas.
Para no llevarse un escopetazo de montería, le
proponen al mafioso francés el robo de otro coche histórico, un Ferrari 250 GTO
de 1962 con misiles Tierra-Aire, en manos de un multimillonario alemán, que
está como una cabra en bicicleta.
Salvan la vida de momento, y los dos hermanastros
montan un equipo integrado por ochocientos tipos, que parecen sacados de un
anuncio de una marca de ropa, donde los tenemos de todo tipo, colores y pintas
raras, pero que aparte de poner poses, hacen más bien poco… Con ayuda de dicho
equipo se proponen robar el Ferrari, aunque pasan tan desapercibidos como
Spiderman en un descampado. Pronto comienza el desfile de coches de infarto,
tiros, persecuciones, diálogos y reflexiones de besugos y giros tan increíbles
en la narrativa que casi me mareé al conocer los verdaderos planes de los dos
hermanastros, y que nadie se ve venir ni harto de estramonio.
En definitiva: Película palomitera que se disfruta
con el cerebro apagado, y que se olvida en un tris. Lo mejor es Marsella, sus
paisajes, los carros y Ana de Armas; Lo Peor es su insufrible metraje de hora y
media, su falta de originalidad y credibilidad, y la sobreactuación de algunos
actores, como Freddie Thorp (que no me convence), además de que los coches,
estando parados, suenen a todo motor. Completamente absurdo.
De nota, le doy un 4 con el cerebro en activo, y un
5 en off… Por lo tanto, un 4,5. Es un querer y no poder. Hay películas del
género más amenas, mejor conseguidas y estructuradas que “La Gran Fuga”.
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