“Samurái de ojos azules” (Netflix, 2023) es una
serie de animación estadounidense, estrenada el 3 de noviembre en España, y
que, a pesar de haber pasado bastante desapercibida en mi opinión en nuestro
país, creo que merece un visionado.
Su primera temporada consta de ocho episodios. El
primero de ellos dura una hora, pero el resto ronda los cuarenta y cinco minutos
de duración, y en su narrativa nos traslada al Japón del S.XVII, donde vemos
cómo el país se ha cerrado por completo a la influencia occidental en todos los
aspectos.
El comercio con el exterior se ha cortado, y se ha
prohibido la presencia de occidentales en sus tierras. No se habla en un
principio de nacionalidades, aunque más tarde si que se menciona a los
británicos, y de hecho, uno de ellos es el Malo entre los Malos, y “Final Boss”
a batir. Raro que no se nombre a los portugueses.
Dicha presencia británica en Japón ha dejado
algunos descendientes, bebés de raza mixta, de rasgos definidos (como los ojos
azules), que se consideran inferiores al resto de los seres humanos por parte
de los japoneses. Se les considera impuros, despreciables y monstruosos.
Uno de esos niños es Mizu. Una niña que vivió una
infancia de desprecio, cuya madre muere pronto, y que se cría con un herrero
ciego, forjador de espadas para samuráis, al que conoce al caer un meteorito
del cielo de que debe crearse una poderosa espada. Mizu, que intenta ocultar su
identidad y verdadero sexo, y aparentar ser un hombre, un samurái, un hábil
espadachín que busca venganza en su adultez, buscando y eliminando a los
occidentales que tanto daño trajeron a su vida.
Pronto se le une un peculiar aprendiz, un escudero
por así decirlo, Ringo, un joven bondadoso que deja a su padre y el oficio de
cocinero, y al que le faltan las dos manos, para seguir ciegamente a Mizu y a
su visión vengadora, aunque esta no esté de acuerdo con su presencia en un
principio, algo muy típico y tópico por otra parte.
A lo largo de estos ocho capítulos, Mizu busca a
Fowler, un despiadado inglés pelirrojo, que, oculto durante años en un
castillo, planea acabar con el Shogunato con un levantamiento apoyado por armas
occidentales, que clandestinamente ha introducido en el país, además de haber corrompido
a varios cargos muy importantes y cercanos al propio Shogun.
De manera paralela, seguimos las vicisitudes de la
princesa Akemi, criada en palacio entre algodones, que quiere cambiar su vida,
poder elegir su propio destino, en una sociedad donde la mujer ocupa un cargo
secundario, y que en la mayoría de las veces depende de las decisiones y
voluntades masculinas. Y Taigen, su pretendiente, que de niño acosaba y hostigaba
a Mizu, y que en la adultez se convierte en un amigo-enemigo.
“Samurái de ojos azules” es una serie con una muy
buena animación. Una historia de venganza, en un escenario invernal en gran
parte del metraje, no recomendada según Netflix para menores de 18 años, y
donde el sexo, la desnudez, el gore y la propia violencia están al orden del día.
Como siempre repito cuando se trata de series, a
todas les sobran tres episodios, y aquí no va a ser menos, tiene capítulos que
ralentizan y mucho una serie que, de ser más dinámica, ganaría puntos. Aún así,
yo destacaría cuatro por encima del resto, y que son dignos de mención.
Yo me quedo con el primero, a modo de introducción. El quinto, que narra la historia de Mizu, de su pasado, a través de un teatro de marionetas japonesas. El sexto, que contiene una versión japonesa del tema de Metallica, “For Whom the bell tolls”, del álbum “Ride the lightning”, que acompaña al asalto al castillo de nueve plantas de Fowler, y el octavo, donde se resuelve la temporada, aunque con un final que a mi personalmente no me ha gustado, pero que entiendo que sea así, pues deja claramente la puerta abierta a una segunda temporada, que, según foros y mentideros españoles, se estrenará en el primer trimestre de 2025… Que así sea y nosotros podamos verlo. De nota le doy un siete. ¿En serio? En serio.
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