“Down with the King” (Netflix, 2021), es una
película estadounidense que me he encontrado como “Recién llegada” a la
plataforma Netflix España, y que me ha llamado la atención por no haber sido
traducido su título, algo que no suele ser habitual en nuestro país, y por ser
el título de una canción de los RUN DMC, grupo rapero del que tuve un vinilo
durante los años noventa con idéntico título. Después, cuando comienzas a ver
la película, entiendes el detalle.
En la narrativa: Un rapero que está pasando una
crisis existencial, vital y de falta de inspiración, de tres pares de narices,
se traslada a un ambiente rural, en mitad de un bosque de Massachusetts, para
lograr encontrar la inspiración que parece habérsele ido, una nueva motivación,
una musa musical que le dé un aire nuevo, mientras nota que algo está cambiando
dentro de él.
La situación quizás no sea muy original, porque
este tipo de reinicios o nuevos comienzos vitales, ya los hemos visto en otras
películas… Un rapero en una casa alquilada en mitad de un bosque, un pingüino
en mi ascensor o un tuareg de turismo por Nueva York es el choque de dos
elementos que en teoría no deberían cuadrar, y se juega a ese descuadre durante
toda la historia. El rollo es ese.
Y quizás, para pasar por dicha situación no hace
falta ser famoso, rapero o los Rolling Stones, un reinicio como el de la
película lo puede necesitar cualquiera, sin necesidad de muchas explicaciones,
y el espectador puede encontrar cierta conexión o empatía en ese aspecto.
La hora y cuarenta minutos de película se me hacen
excesivas en un metraje donde realmente no sucede nada interesante hasta quizás
el final. El protagonista descuartiza cerdos con un granjero local setentero
interesado por el rap, da paseos, caza mofetas y recibe visitas de amigos,
familiares y allegados que no comparten su decisión por irse a inspirar en
mitad de la nada, pero sin demasiados sustos más allá que beneficiarse a una
chica local que conoce en la ferretería del pueblo. Por lo que llegas a la conclusión
de que mi premisa de que a toda película le sobra media hora, aquí cobra más
fuerza y razón de ser que nunca.
Le sobran secuencias del lugar, de la naturaleza,
planos largos donde no pasa absolutamente nada más allá de la mirada bovina
ante el entorno… Ya tenemos claro cuál es el escenario como para recrearse
tanto, y al final concluyes que estamos ante otra cinta independiente más, que
por mucho que se haya estrenado en no sé qué festivales internacionales de
cine, con algún premio incluido, puede llegar a tener el poder de dormir a las
moscas en vuelo, con algunas situaciones tan teatrales, que no llegar a ser creíbles,
como el uso del insulto cada dos por tres para cualquier cosa o situación, por
poneros otro ejemplo: Hay una escena en la que nuestro protagonista, enamorado
del bucólico mundo rural, decide dejar vía Twitter su carrera musical, y su
manager se presenta en la granja, discuten y el rapero le simula una pistola
con dos dedos de la mano en las sienes… No sé, cosas por el estilo, diálogos de
besugos, típicos, por cierto, del género, en las que uno comienza una frase
casi repitiendo la última palabra que le ha dicho su interlocutor, en
situaciones casi dadaístas.
El final te deja un tanto seco. El tipo descubre
que su vida no le gusta, corta en pleno concierto, y se vuelve a su bucólica
casa alquilada en mitad del bosque. Total, hay un momento en que le confiesa a
su manager que es asquerosamente rico. Solo, rodeado de sus cosas, pero con el
único interés de cazar una mofeta, que merodea la propiedad, para después
dejarla libre en mitad de la naturaleza… Debe tener un significado profundo, muy
profundo, pero no seré yo quien lo analice…
Esta es la clase de películas que dejo a vuestra
entera elección. Yo no le doy más de un cuatro de nota. Si la llego a ver en
pantalla grande, después de haberme gastado 20 euros en la entrada, el café,
las palomitas (que son mis mortales enemigas), y el refresco, os garantizo que arde
el cine hasta los cimientos.
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