Me es muy difícil
escribir sobre un escritor como Carlos Reyman, al que conozco desde nuestra
época en el Reino Aftasí de Badajoz, aquel mítico ya Mixto Nº 2, que estaba tan
vivo, y tan hambriento de cosas, de todo tipo. Carlos no es nuevo en el blog,
porque ya le dediqué una entrada a su libro “Demagogias”
(2016) que me pareció pura magia, y al que he vuelto, como a puerto de mar, a
encontrarme de nuevo con él.
Anteriormente, había vuelto
a él cuando publiqué “Sol de
gatos” (2013) y por su magnífica reseña de mi “Fetiches
en el café” que me puso los pelos de punta. Para mí, hablar de él y de su literatura,
como os digo, es complicado, porque es un “Escritor mayúsculo”, que es como lo
defino en algunas de mis entradas. Carlos juega en las Ligas Superiores de
Béisbol, que dirían los gringos. Y eso se nota, porque como buen alquimista de
las palabras, hace magia con ellas, construye y te descubre la piedra filosofal
sin muchos aspavientos, y con mucho, y magistral tino.
Su “Recurrencias” (De
la Luna Libros, 2020) no me ha sorprendido en absoluto, y que no se me malinterprete,
por favor. A mí no me ha causado sorpresa porque me esperaba justamente lo que
tengo entre las manos, una auténtica joya llena de saudades, experiencia personales (deliciosos los episodios junto a
su hija Lucía) y un realismo mágico que casi es palpable, ciertamente visible
cuando tu guía es Carlos, que es capaz de expresar tantísimo de un hecho, de
una imagen concreta, convirtiéndola en poesía. Aliñado todo con una pizca de ironía,
humor, sarcasmo si se tercia.
A Carlos hay que
leerlo. Me veo huérfano de palabras, de expresiones certeras para definir su
literatura, porque me supera este mundo tan increíble, para lo bueno y lo malo,
que le rodea. Me llega, y me saca un ¡Ay! con sus relatos “Paradojas” o “Una casa
en el tiempo” que me llevan en volandas a abrirme algunos cajones polvorientos
de la memoria. Es una apuesta segura Carlos, un viaje acompañado de una persona
admirable: Fruto, ojo, verbo.
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