Todo un honor, que un Maestro como él, me dedique una entrada. A mi, personalmente, me ha emocionado. Aquí os dejo la reseña que ha escrito para el blog de la Librería Tusitala (del también amigo Agustín). Gracias Carlos.
Fetiches en el café
Para algunos la literatura tiene que llevar, forzosamente, a algún sitio, ¿pero adónde? Pues lejos. Sí, pero cómo de lejos. Por eso, en cuanto te devuelven tu libro leído te lo sueltan sin miramientos, con eso no vas a ninguna parte. De acuerdo, pero adónde dices que había que ir… y ya nos quedamos atrapados en el bucle malévolo de la aporía.
A Andrés, este tipo de cosas son las que le encogen de hombros; es, a su manera, un barojiano que ha sacrificado su juventud a la egolatría de hacernos de la vida un cuento, un relato, una rara arqueología de fragmentos azarosos, se entiende que no busca nada, le pasa lo que al otro: encuentra. Debe de ser su natural propensión atlántica a la paradoja la que le predispone al hallazgo continuado de mundos quietos alrededor de la mesa camilla de su casa. Puede pasarle que uno de esos mundos sobreexcitado se salga de la órbita doméstica en la tarde de lecturas y le golpee inopinadamente liberando al inexcusable gato de Schrödinger. Superado un primer instante de aturdimiento se levantará a prepararse un té y ya tenemos cuento.
Me gusta mucho cómo escribe Andrés (esto es algo que la crítica siempre le oculta al lector de reseñas, se explaya en datos, saca músculo con conocimientos muchas veces difícilmente verificables, subraya dos o tres errores sin apenas importancia y se apresta a salvarle al reseñado de turno su carrera literaria con un par de consejos imprescindibles, pero de decir si le ha gustado el libro o no, nada de nada; y, la verdad, yo ya estaba tardando en hacerlo), digo, me gusta mucho cómo escribe Andrés, yo soy uno de esos de los que habla Anabel Rodríguez en el prólogo de este Fetiches en el café: un fan total que se ha leído prácticamente todo lo que ha ido publicando.
En este último, encuentro a Andrés más dueño de su estilo, con más dominio sobre lo que nos cuenta y cómo lo cuenta, como si hubiese hecho del Free Jazz en el que se ha desenvuelto con soltura hasta ahora (por utilizar una comparación, la jazzística, que a él le es especialmente cara), una especie de standard que alude a sus temas de repertorio pero con una hondura distinta, que no tiene que ser, por fuerza, madurez, sino la libre decantación, entre la necesaria narratividad y la justa dosis de poesía, por la poesía.
Me haría una ilusión grande que a alguien se le ocurriera hacer, con los dos últimos libros publicados y una selección de relatos de los cuatro primeros, un solo tomo donde estuviese todo el mejor Trujillo y pudiese ampliar su número de lectores incondicionales. Tiene Andrés, entre sus muchas virtudes, una de la que se suelen olvidar la mayoría de los escritores que encuentran en ello una terrible perdida de tiempo: la amenidad.
Pero tampoco es este el tipo de cosas que a él le quiten el sueño. Él seguirá ahí en su Bubok publicando como bien le ha parecido siempre, descreído de tanta vanidad actualizada en el apartado del postureo y nosotros esperando nuevas entregas de lo suyo con ese humor reconocible, marca de la casa, tan reconocible como que detrás de todo no nos sorprenderá descubrirnos riéndonos de nosotros mismos y de nuestra propia vida, fielmente reflejados. Si se piensa bien, ¿puede llevarte nadie más lejos?
1 comentario:
Gracias, Andrés, por tus palabras. Para mí ha sido un placer escribir esta reseña en la que cumplo con algo que nos enseñaron de pequeños: decir siempre la verdad.
Ahora a ponerse con la próxima entrega de relatos, ya sabes que somos muchos los que la esperamos impacientes.
Un abrazo.
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