La letra, Arial 8 y a un
solo espacio. Cuando vi “Todo un hombre” (Ediciones B, 1998) de Tom Wolfe
(1930-2018), pensé: “En menudo embrollo te estás metiendo”, pero después, poco
a poco, vas conociendo a los cerca de doscientos personajes que conforman el
libro, y algunos de ellos llegan a engancharte tanto, que quieres seguir
leyendo.
La narrativa se
desarrolla en Atlanta, en torno a Charlie Croker, un antiguo jugador de rugby,
metido a empresario, que se ha hecho con el mayor imperio inmobiliario de la
ciudad al usar, perfectamente bien, los conflictos sociales que laten, aun,
desde la Guerra de Secesión, hasta los noventa en los que se desarrolla el
libro. El tipo tiene sesenta años recién cumplidos, una segunda esposa
bellísima, un cuadro que adora de Jim Bowie en su lecho de muerte (en El
Álamo), varios aviones y coches, varios cientos de empleados y una finca donde
caza codornices. Charlie, sin embargo, está en la ruina, y el banco piensa en
quitarle todo, absolutamente todo, y desplumarle, dejándolo sin blanca,
arruinado y solo.
Sin embargo, y sin entrar
en detalles del resto de personajes. Para mí, el más interesante es Conrad
Hensley, un joven trabajador, que es despedido de una de las empresas de
Croker, y que acaba en la cárcel por una multa, una confusión, y un mal día.
Conrad descubre el estoicismo en la cárcel, y a través de Epicteto, aprende a
sobrevivir en un ambiente hostil. Las lecciones filosóficas, los consejos que
sigue, les harán ser otra persona, otra versión de si mismo, mejorada y con las
ideas más claras…
El libro se conforma de
más de 750 páginas, y es mucho más. Hay historias secundarias, y un lenguaje
propio de la zona que al traductor le costaría horrores enfocarlo al
castellano. He de reconocer que, hasta la mitad del libro, no sabía adónde
quería llegar el autor, Después ya lo vi más claro y realmente me ha enganchado.
Me he tirado con él un mes largo, pero ha merecido la pena. El rollo estoico me
ha gustado mucho, y el epílogo nos deja una buena moraleja.
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