He de reconocer que, hasta que
no he llegado al minuto 45 de la película, no sabía muy bien adónde quería
llegar el director. Después, ya lo he ido viendo más claro.
Marcos es un bombero que sufre
un trauma, desde el inicio de la cinta vemos que es incapaz de reconocer sus emociones,
y mucho menos, las emociones de los demás. Es un síntoma postraumático a un
duro acontecimiento que le sucedió. Un día era un tipo normal, le ocurrió una
tragedia, y cambió. La empatía no forma parte de su personalidad precisamente.
Durante la baja médica, miente
para reincorporarse, lo que complicará aún más su situación, ya que acabará en
el psiquiátrico. Una vez allí, dos doctores distintos se disputan el método para
tratarle, pero quién realmente le va a ayudar a mejorar, será su pequeña hija,
Lola, que le pondrá por el camino de la recuperación.
A ratos se me ha hecho larga,
pero hay que reconocerle al actor principal, Roberto Álamo, y a la joven
Claudia Placer, el gran trabajo realizado. También ayuda que tengan algunos
secundarios de lujo, como Maggie Civantos o Andrés Gertrúdix.
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