“Kalashnikov” (2020) es un
biopic ruso sobre la vida del creador del fusil de asalto del mismo nombre,
también conocido como AK-47. Es una película que parece realizada por unos
colegas salidos de un club de teatro, que se han propuesto hacer un panfleto propagandístico
sobre el personaje, mostrándonos a un Kalashnikov, que ya, desde su más tierna
infancia, fabricaba armas mortíferas en su pobre aldea (aunque todos los
campesinos visten muy pulcramente).
Estamos en plena Segunda
Guerra Mundial, y Kalashnikov es herido en un brazo durante una batallita. En su retiro, se pone a filosofar
sobre como un alemán tira 40 balas con su ametralladora mientras grita Achtung!!, y los rusos casi se
tienen que liar a pedradas. Así que, con la ayuda de unos camaradas obreros de
un taller mecánico, hace su primer prototipo que alucina al Estado Mayor
soviético.
Tras muchos ringo-rangos, en
los que se incluyen una persecución sin sentido a su persona por parte de un
agente del NKVD que estaba aburrido, la historia de un hermano que no viene a
cuento, y una historia de amor que no se cree nadie, el amigo Kalashnikov
alcanza el reconocimiento cuando su fusil comienza a fabricarse como churros en
1947.
La película solo tiene de
interés la historia del personaje en sí. Está llena de diálogos absurdos,
actuaciones muy teatrales y escenas sin demasiado sentido. No hay escenas de
batallas (bueno, una de un minuto y medio), ni tiros que no sean al aire o a
cartones o bidones, ni explosiones espectaculares, y si hay mucho de abrir los
ojos como platos y pasear uniformes comprados en un bazar. Posiblemente, con
media hora menos, te contaría lo mismo. No es de lo mejor que hayan sacado los
rusos en cuanto a cine bélico se refiere en los últimos años, pero se deja ver.
Aquí el padre de la criatura posa orgulloso con su creación.
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