“Cómo escapar de Búfalo”
(2019) parte de una premisa, quizás, buena. Cachondearse de los cobradores de
deuda estadounidenses, mientras los dejas en evidencias con sus métodos, un
tanto sospechosos, a la hora de hacer su trabajo. Lo malo es que no lo
consigue. No pasa de ser un producto un tanto caótico y confuso, en el que se
nos quiere contar mucho, en poco tiempo, y con una familia blanca desestructurada
de fondo, el equipo de los Bills de fondo, sus alitas de pollo, y la idiosincrasia
de una de las ciudades estadounidenses con uno de los índices más altos de
paro, desempleo y deuda del país.
Peg es una especie de
Cindy Lauper de veinte años (bastante hortera, hay que decirlo, lo siento). La
vida no le ha ido bien, y vive con su madre (que regenta un negocio ilegal de
peluquería en su propia casa) y con su hermano (que trabaja de lo que sale). Un
día conoce el negocio del cobro de deuda, con comisión, de mano de un mafioso
local, y decide imitarle, declarando una guerra en el sector, de la que sabe
que no saldrá indemne. Por el camino, se echa de novio al ayudante del fiscal
de distrito, y recluta a una pandilla de frikis muy de cajón, muy típicos de
otras películas (y quizás no muy bien definidos y explotados en el guion), para
ayudarse en su empresa.
Estamos ante una película,
que, según te pille el día, te podrá más o menos entretener, o no. Para mi
gusto, no es para tirar cohetes, pero es una oportunidad perdida para
profundizar más sobre algo, que, como se dice antes de los créditos finales,
tiene a miles de estadounidenses bien cogidos por los bajos, y la cosa va a
más.
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