“Tibirís” (Trilita Ediciones,
2017) de Arnau Sanz Martínez es memoria viva. Dice: “Tibirís era el tío de mi
abuela. Se cocinaba en un fogoncillo en su habitación. Era homosexual en la
posguerra…”, y los recuerdos de sus abuelos, de noventa años, vuelven a un
pasado de hambre, frío y represión.
La abuela dice que es tonta,
que no estudió, que solo sirve para hacer las cosas de la casa, y una vez
perdido el miedo, tanto ella como el abuelo, van recordando cosas del pasado,
desde su primera regla, hasta la relación que tenían con una Iglesia agobiante
y mezquina, que coartaba la libertad. Y, de vez en cuando, vuelven a hablar de
Tibirís, que se cuela para contarnos como era, lo que hacía, la tranquilidad de
un hombre que tenía que vivir como estigmatizado, y encima la “tenía pequeña”
(pero, eso es cosa de la familia) …
Esta memoria viva, que ya se
va apagando poco a poco, es fundamental no olvidarla, aunque sea en sus más
nimios detalles. Los olores infantiles, los conejos, la hierba, los sonidos de
las bombas cayendo… Y todo se va convirtiendo en algo íntimo, pero compartido, entre
comidas, recordando un pasado lejano, pero aún presente.
Dibujado con un azul siempre
presente, de distintas tonalidades, y un trazo sencillo. “Tibirís” es la
conversación que algunos mantuvimos con nuestros abuelos, para saber, para
conocer, para no olvidar algunas cosas, pequeños detalles, sin entrar en hechos
históricos ni grandes averiguaciones, solos en la intimidad de las palabras y
los recuerdos familiares, sin llegar más allá. A veces, los silencios también
nos comunicaban, y nos daban a entender el pasado. Tibirís era Luís. Le
llamaban marica, violeta, sarasa. Era homosexual, y cocinaba en un fogoncillo
en su habitación…
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