Estaba acabando la carrera
(1999) cuando saltó a la luz la historia de Melita Stedman Norwood, una
entrañable anciana británica, de 87 años, que había sido destapada como agente
soviética. Melita había trabajado para la URSS desde 1937 hasta 1979 (“Agente
Hola”), pasando información sobre el programa nuclear anglosajón a los
soviéticos, lo cual permitió a Stalin tener la bomba atómica en 1949, mucho
antes de lo que sus científicos hubieran conseguido trabajando por cuenta
propia.
“La espía roja” (2018)
trata, más o menos, sobre la vida de esta señora. Una chica de la Universidad
de Cambridge, brillante en Ciencias, que es reclutada por el Partido Comunista
durante la guerra, o más bien al final de la misma, para pasar información a la
URSS. La chica tiene que elegir entre traicionar a su país (que es lo que hace)
o ayudar a los soviéticos a equilibrar la balanza nuclear.
La narrativa se basa en
continuos flashbacks, entre la Melita viejuna y la Melita joven. En la
película, la protagonista tiene dudas, pero en la realidad, eso no fue así.
Melita Norwood tenía las ideas muy claras sobre lo que hacía y nunca lo puso en
duda, de hecho, falleció en 2005 convencida de que había hecho lo correcto.
Es una cinta
interesante, muy correcta, aunque no se base en lo que realmente aconteció. Yo
he bostezado un par de veces, pero se deja ver.
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