“Cementerio de animales”
(2019) no estaba entre mis películas preferentes. Vi la película original, hace
mil años, en la que salía Stephen King, y, en la que, además, él mismo hacía el
guion cinematográfico de la misma, así que me imaginé que este “reboot” podría
ser cualquier cosa.
La novela nunca me dio por
leerla, y con esta nueva versión, tengo que decir, que no todo es malo. Tiene aires
de película de Antena 3 al mediodía, pero un desarrollo narrativo rápido, que
juega con los sustos a base de multiplicar los decibelios por cuatro mil en
tres segundos y medio. Es decir, te asusta el ruido, no el supuesto susto.
En esta película, tenemos
al Dr. Louis Creed, que se ha mudado con su familia, no se dice el motivo,
desde Boston hasta una población de Maine, donde antes había muchos indios,
pero los echaron de sus tierras cuando no pudieron matarlos a todos (Ups,
Leyenda Negra, y no es española). El caso es que, en las tierras de alrededor
de la casa, hay un cementerio de animales, y un poco más allá, según se sigue
la linde (cuenta el vecino, que es muy majete, que nos recuerda a Don Quijote),
unas tierras corruptas, no urbanizables, donde todo lo muerto que plantas,
resucita, pero con mucha mala inquina, como si despertaran de unas de esas
siestas de dos horas y media, que no sabes si es de día o estás en Saturno.
El caso, es que Church,
el gato familiar, muere en combate singular con un camión de 2900 toneladas. Y
allí que va el buen doctor, que tiene la expresividad de un teleñeco, a plantar
al gato, a ver que nos sale. Y, como podéis suponer, el gato vuelve, pero como
la mala hostia de un seguidor del Celtic ante un pub cerrado… Y, ya puestos,
como ha funcionado con el gato, pues podemos enterrar otras cosas… ¿No?
La película es
entretenida, sin llegar a tener que tirar cohetes. El padre no cree en el más
allá, la madre tiene traumas de la infancia, y al gato deberían darle un Oscar
a Mejor Secundario. Se deja ver.
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