Una de las cosas que suelo
hacer, habitualmente, es comprar el primer tomo o fascículo de la colección de
turno, anunciada en televisión o en la portada de los cada vez más extintos
quioscos. Es algo, que, desde que tengo recuerdo, he hecho mucho. Números unos
huérfanos del resto de la colección, por estar de oferta, a tres noventa y
cinco o precio parecido, que me ofrecían una vaga idea de lo que venía después
a triple precio.
Eso no significa que no haya
hecho colecciones enteras, que las he hecho y las conservo con mimo. Pero con
este “Viaje al centro de la Tierra”, de Julio Verne (editado por RBA en 2019,
dentro de la colección Hetzel), me ha ocurrido uno de estos hechos que os
narro.
De Julio Verne recuerdo
haberme leído extractos de muy pequeñito en la biblioteca de mi barrio, en
libros de texto que acompañaban la aventura con un pequeño dibujo relativo a lo
narrado, y poco más. A mi edad, tenía que reconocer que no había leído una obra
completa del autor, y ello me llevó a adquirir este primer volumen de una
colección que comenzó a publicarse, y a venderse, a principios de año.
Ciertamente, la historia la he
disfrutado mucho, ya que el lenguaje sencillo de Verne ayuda. Es una obra
ingenua, fantasiosa, pero no por ello deja de ser entretenida.
El protagonista de la historia
es un joven alemán, Axel, que me ha parecido bastante pedante y pusilánime. Su
tío es un prestigioso profesor y científico, experto en mineralogía, Otto
Lidenbrock, que está bastante como una cabra. Vive con él, con la sirvienta de
la casa (Marta) y con su pareja, Graüben. Un día, Otto, descubre en un libro
bastante valioso, un pergamino aún más valioso si cabe, ya que se trata de un
manuscrito de un alquimista renacentista medio chiflado llamado Arne Saknussemm, que, al descifrarlo en
un rato de asueto, señala la entrada a las entrañas del planeta en un extinto
volcán islandés de dos bocas, el Sneffels.
Una
vez en Islandia, contratan a Hans, un nativo islandés con menos sangre que un
vampiro, casi imperturbable, que les guiará en su aventura, siendo músculo, y,
a veces, sin decirlo, cerebro y sentido común de la descabellada empresa.
Las
aventuras me las ahorro. Para que os leáis el libro, si no lo habéis hecho
todavía. Mientras escribo estas líneas, recuerdo que había, hay, más de una
docena de películas ambientadas en este libro, pero la verdad sea dicha,
ninguna de las que vi se les acerca mínimamente a la historia original.
Después
mi sorpresa ha llegado con dos relatos cortos, añadidos al final de la edición:
“Un drama en México” (1851) basado en el hecho real de la deserción de dos
barcos españoles en 1825 (de una flotilla de cuatro), que tras abandonar a su
capitán a la deriva, ponen rumbo a México para vender los barcos… Y “Diez horas
de caza” (1859), que es un alegato contra la caza, los cazadores y los relatos
relacionados con la actividad cinegética, de la que Verne no era, por lo que
reconoce en el relato, un fan precisamente.
Resumiendo,
me ha gustado la experiencia Verne, aunque sea una lectura que debía haberme
bebido hace cuarenta años, y tendré que leer algo más del autor, por supuesto…
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