Conocía desde hace unos
años “Quince años y un día” (2013), porque un antiguo compañero de profesión me
comentó que la había comentado en clase con su alumnado, y me la recomendaba
para ponerla en alguna clase perdida, a la hora de hablar de ciertos temas.
Ciertamente, hasta hoy,
varios años después de aquella recomendación, no la había visto. Aprovechando
un par de horas libres, y que la tenía para alquilar, la he visionado, y,
ciertamente, me he quedado un tanto “Psss,
no sé yo…”
Querejeta dirigió una
película donde hay dos partes muy diferenciadas. Muy diferentes entre sí, tanto
en desarrollo, como en narrativa. Por un lado, tenemos a Jon, un nene
problemático, cuyo padre se ha suicidado (sabemos muy poco de él, o casi nada),
que es expulsado del instituto y por el cual su madre (Maribel Verdú) se
desvive. Ante la grave situación que comienza a tomar la vida de Jon, que
envenena al perro del vecino, su madre decide enviarlo con su abuelo (Tito
Valverde), militar separado que estuvo dando tiros en la Guerra de Bosnia, y
que vive más amargado que el abuelo de Heidi en un retiro paradisíaco que no
sabe disfrutar, y, que, para más inri, tiene a una inspectora de la policía nacional,
veinte años más joven que él, loca por sus huesos… Menudo salto mortal sin red
nos acabamos de marcar.
Por otro lado, tenemos a
Toni, un chico gay que le va a dar clases particulares a Jon en casa de su
abuelo. Pronto, Jon conoce a una pandilla de malotes, donde destaca un kinki
ecuatoriano de mucho cuidado (Pau Poch, que es el único que se salva de las
interpretaciones juveniles, todas ellas sobreactuadas y teatrales: Se nota que
se aprendieron el guion de memoria y no lo asumieron bien).
Aquí viene el punto de
inflexión de la película, que hace que cambie de ritmo y se vuelva “otra cosa”.
Hay una pelea, con navajas por medio. El kinki ecuatoriano fallece, Jon entra
en coma y posteriormente en una “amnesia”. Las circunstancias no están claras,
y el abuelo hace de detective para deshacer el entuerto, mientras que al
espectador comienza a torcérsele el culo en la silla…
El final es extrañísimo.
En plan, “Bueno, pues otro verano normal
y corriente…”. Resumiendo, dejo la película a vuestro riesgo. Me quedo con
las interpretaciones del elenco adulto, destacando a Maribel Verdú y a Tito
Valverde, y salvaría también a Pau Poch. Poco más que añadir.
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