No sé cuantas películas
me habré tragado de Predator o “Depredador”, desde la mítica del Chuache, en
1987, que dejó el listón prácticamente inalcanzable. Hasta las secuelas en una
ciudad del futuro, Los Ángeles creo recordar, o en las que el bicho sanguinario
y cabronazo se enfrenta a Aliens, o a humanos secuestrados y puestos como
carnaza en un planeta solitario, o cuando se fostia con Popeye el marino o con Dora
la exploradora.
El caso es, por todos los medios, intentar
seguir chupando de la teta del Predator de todas las maneras inimaginables. Así
que, cuando te encuentras para alquilar otra película del bicho alienígena y
experto en hacer picadillo cualquier cosa, pues te dices… ¿Por qué no? A
sabiendas de que no será mejor que la del Chuache, porque es imposible
superarla.
En esta ocasión, nos
encontramos con un francotirador del ejercito gringo, que tiene un encontronazo
con un Predator (se llama Johnny, el Predator), en una misión en México. Rápidamente,
el Predator es trasladado (sin problemas atraviesa el Muro de Trump, a pesar de
ser inmigrante) a unas instalaciones secretísimas, donde lo analizan y le ponen
“Sálvame”, lo cual cabrea mucho al bicho en cuestión. Los yanquis descubren que
el simpático Predator ha modificado su propio ADN, metiendo adn humano, entre
otras cosas, demostrando que no es tan inteligente como aparenta.
Mientras tanto, un chaval con síndrome de
Asperger, se pone a enredar en casa con los trastos que el francotirador le
había mangado al Predator, llamando a un colega espacial, un kinki predator cazarrecompensas
con dos perros de raza peligrosa, y tres metros de altura, que viene a buscar
al Johnny…
Tiene sus ratos divertidos,
surrealistas, absurda como ella sola, sanguinolenta, es entretenida… Pero, poco
más. Para pasar un rato y echarte unas carcajadas.
P.D: El final augura
continuidad. Terrible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario