La
esperada película de acción real, “Saint Seiya” (2023), ha sido (como era de
esperar) la gran decepción de lo que llevamos de año. El clásico del manga y
del anime, de Masami Kurumada, se presenta como una historia ajena a lo que
esperaban los fans, completamente cambiada, distinta y sin enganche.
El
fracaso económico, y de recepción, se escuchó de aquí a Neptuno, y es que en
una hora cincuenta minutos tenemos un desfile de incoherencias y de
aburrimiento garantizado en una cinta a la que no es que le sobre metraje, es
que le sobra la historia entera.
En la
narrativa: Seiya es un “Street Fighter”, un luchador callejero que busca a su
desaparecida hermana, Seika. En una de estas luchas de “ring”, muestra su
cosmos, algo que llama la atención y que le pondrá en el punto de mira de una
organización que busca a chicos con esta habilidad.
Salvado
por Kido, es puesto a entrenar junto a Marín de Águila para lograr despertar
sus habilidades, y de paso, la armadura de Pegaso que lleva colgada del cuello
en un colgante del Shein.
Mientras
tanto, se nos revela que Saori sufre ataques de ira que le van tiñendo el pelo
a violeta, y que podría acabar con la humanidad en una de estas crisis
psicológicas. En el lado contrario, Neko de Fénix (el que sería Ikki), es un
científico loco que lucha por neutralizar a Pegaso y a Saori, de paso.
En
definitiva: Una atrocidad que prefiero olvidar más pronto que tarde, peor que
pegarle a un padre, y que espero no tenga continuación. No se atreverán, creo.
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