En “El convento” (2018)
nos vamos a 1957. Mary se ha quedado embarazada, lleva una vida chunga,
haciendo pequeñas estafas a jugadores de cartas, junto a su novio que no vale
ni para estar dormido. Su padre es un alcohólico de campeonato, y ha perdido a
su hermano pequeño.
Al no tener un leuro,
decide ingresar en un convento para chicas descarriadas (embarazadas, vamos),
que es una embajada del mismo infierno, ya que está regido por unas monjas
(seres malvados) que atormentan y torturan física y psicológicamente a las
jóvenes a todas horas, las mantienen secuestradas, drogadas y las atemorizan,
incluso a Mary le cambian el nombre por el de Agatha.
La película no es una
cosa del otro mundo, abundando los flashbacks y botes en el tiempo. Trata más
sobre la maldad humana que otra cosa, porque estoy harto de ver películas de
monjas poseídas, y aquí no hace falta ninguna presencia demoníaca para mostrar
el horror, y terror, sin llegar a dar miedo, del ser humano. Le sobra, como ya habréis adivinado, media
hora larga. Se deja ver para pasar el rato, pero no para tirar cohetes.
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