Es raro que hoy en día
te encuentres que se estrena una película del oeste, un buen western, o al
menos, sin que sea bueno, uno. Es un género que ha pasado de moda, y en los
últimos cuarenta años solo tenemos una docena de buenos westerns, y quizás
tirando por lo alto.
“Badland” (2019) es una
película del oeste que he visto hoy. Una película entretenida, pero sin llegar
a tirar cohetes, en el que nos encontramos a un detective de la Pinkerton que
busca a antiguos oficiales del bando confederado, acusados de crímenes de
guerra.
El año no nos lo dicen,
pero posiblemente estemos en la década de 1880-1890. Mathias Breecher es un
antiguo soldado, debió ser muy joven en la guerra, porque sigue siéndolo cuando
ahora ejerce su trabajo, a pesar de tener el cuerpo como un colador. Con un
buen puñado de carteles de “Se busca” en las alforjas, va de aquí para allá,
localizando y eliminando a dichos criminales, que normalmente no se dejan
matar. De vez en cuando, se cruza con un indio, metido a cazarecompensas, con
el que mantiene filosóficas conversaciones, sobre el futuro y sobre la
posibilidad de matarse mutuamente un día de estos.
La película dura dos
horas, a la que como habréis adivinado, le sobra media hora de metraje largo, y
está dividida en episodios. Y este, quizás sea el primer error de “Badland”,
que quiere contar muchas cosas en dos horas, y claro, no da. Daría para una
miniserie de ocho o diez capítulos, ya que el espectador se queda con muchas
dudas sobre el personaje, los horribles crímenes que realizaron sus perseguidos
durante la guerra, de qué carajo va realmente el indio (que es cómo el
Guadiana, aparece y desaparece, y al parecer no hace bien su trabajo) o los
comederos de tarro, que, al parecer, tiene el pobre Mathias, que lo único que
quiere es comprarse un rancho y perderse… Es lo que tiene ser tan empático.
Otra cosa que suele
llamarme la atención en este tipo de producciones, es el atrezzo. Terence Hill
nos demostró en “Le llamaban Trinidad” que el pistolero, el vaquero o el hombre
que vagaba por el Oeste americano, era un guarro de campeonato. Era malhablado,
no muy educado y se bañaba cuando podía o quería, lejos de esa imagen de
camisas recién planchadas que John Ford o John Wayne nos quisieron vender hasta
la saciedad hace sesenta- setenta años. No, amigos, no. El pistolero, o el
detective de la Pinkerton, como es este caso, no se cambiaba a diario de ropa,
ni todos iban con revólveres con empuñadura nacarada, y el pelo limpio y la
barba peinada. Tanto despliegue de colores, tanto vestuario, echa para atrás.
En “Badland” cobra
demasiado protagonismo la música. Demasiado, hasta la saciedad, tanto que casi
le roba los planos a los personajes. Y no es mala música, ojo, pero no… Es otra
cosa que me ha chirriado.
En fin, si te gustan
los westerns, “Badland” tiene los elementos de los clásicos, aunque hay algunas
“misiones” tipo “El Equipo A”. Las pocas escenas de acción no están mal, y para
mí siempre es un placer ver un buen western, aunque este no pase del meritorio
cinco.
P.D: La cantidad de
tiempo que no veía una película con la presencia de Mira Sorvino, y mira tú por
donde…
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