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domingo, 15 de diciembre de 2019

La sospecha (Edicions de Ponent, 2003) Matz Mainka



        Cuando las tropas soviéticas entraron en Berlín (mayo 1945), lo primero que hicieron fue intentar evitar la huida de los principales dirigentes nazis, y de los SS. La máquina propagandística soviética grababa, casi calle por calle, la toma de la ciudad y el fin del Reich de los mil años.

        En “La sospecha” (Edicions de Ponent, 2003) de Matz Mainka, Ludwig Haase “Lew”, un alemán exiliado a la URSS en los años 30, metido a comisario del departamento de propaganda y cinematografía, revisa, junto a sus ayudantes Wassili y Protow, las imágenes tomadas en la ciudad: Los muertos, los ahorcamientos, las matanzas y las columnas de prisioneros…

        Y, entre las columnas de prisioneros, Lew cree reconocer al mismísimo Martin Bormann, un nazi de primer nivel, muy cercano a Hitler, que se escabulle entre la multitud de prisioneros, como un soldado más, capturado y humillado. Entonces, comienza todo un proceso de investigación para dar con Bormann, en una trepidante aventura, que tiene mucho de los clásicos cómics de Tintín, y mucha dosis del Tardi de Adele Blanc-Sec.

        “La sospecha” es un cómic fantástico. Me ha encantado como está narrado, hilvanado, y tiene al lector en constante tensión hasta el final. El guiño de Matz Mainka a su propio padre, Herbert, que fue prisionero de guerra alemán, es una de las varias ocurrencias del autor a lo largo del cómic. El cuerpo de Bormaan fue encontrado, durante unas obras, en 1972, ya que desapareció en los primeros días de mayo, ¿O quizás no fue así?

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