Cuando las tropas soviéticas
entraron en Berlín (mayo 1945), lo primero que hicieron fue intentar evitar la
huida de los principales dirigentes nazis, y de los SS. La máquina
propagandística soviética grababa, casi calle por calle, la toma de la ciudad y
el fin del Reich de los mil años.
En “La sospecha” (Edicions de
Ponent, 2003) de Matz Mainka, Ludwig Haase “Lew”, un alemán exiliado a la URSS
en los años 30, metido a comisario del departamento de propaganda y cinematografía,
revisa, junto a sus ayudantes Wassili y Protow, las imágenes tomadas en la
ciudad: Los muertos, los ahorcamientos, las matanzas y las columnas de
prisioneros…
Y, entre las columnas de
prisioneros, Lew cree reconocer al mismísimo Martin Bormann, un nazi de primer
nivel, muy cercano a Hitler, que se escabulle entre la multitud de prisioneros,
como un soldado más, capturado y humillado. Entonces, comienza todo un proceso
de investigación para dar con Bormann, en una trepidante aventura, que tiene
mucho de los clásicos cómics de Tintín, y mucha dosis del Tardi de Adele
Blanc-Sec.
“La sospecha” es un cómic
fantástico. Me ha encantado como está narrado, hilvanado, y tiene al lector en
constante tensión hasta el final. El guiño de Matz Mainka a su propio padre,
Herbert, que fue prisionero de guerra alemán, es una de las varias ocurrencias
del autor a lo largo del cómic. El cuerpo de Bormaan fue encontrado, durante
unas obras, en 1972, ya que desapareció en los primeros días de mayo, ¿O quizás
no fue así?
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