El Monstruo de Frankenstein, que no se llamaba
Frankenstein (que era el nombre de su creador), es uno de mis monstruos
clásicos favoritos junto a Drácula.
Al Moderno Prometeo, nacido de la imaginación de
Mary Shelley, le he dedicado alguna que otra reseña tanto por el blog como por
el Canal, sobre todo dedicadas a referencias comiqueras, y ahora tengo la
oportunidad de dedicarle una reseña cinematográfica, a través de la versión de
este 2025 que se nos muere, que ha venido de la mano de Guillermo del Toro.
Con un estreno limitado en cines el pasado 17 de
octubre, y un estreno mundial en Netflix el 7 de noviembre (que es de donde
vengo yo), “Frankenstein” ha tenido un presupuesto de 120 millones de dólares y
ha recaudado 350.000 dólares mientras ha estado en cine, y ha alcanzado más de
66 millones de visualizaciones en Netflix, al parecer, desde su estreno, que
eso en dinero, no sé cuánto podrá ser…
Yo, por mi parte, ya os adelanto que me ha gustado,
aunque se toma ciertas licencias, en parte comprensibles, sobre la obra
original, una terrorífica adaptación…
Una de las cosas que más me ha gustado, es el
enfoque por partes que le da Guillermo del Toro, y en donde vamos a ver los dos
puntos de vista de nuestros protagonistas, en parte antagónicos, en parte cosidos
irremediablemente.
Víctor Frankenstein es encontrado moribundo en el
ártico por una expedición. Al ser rescatado por los marineros, cuyo barco se
haya encallado en el hielo, Víctor narra su historia, prácticamente desde que
tenía tres años y medio, mientras que el capitán del barco se bebe un café tras
otro para aguantar toda la perolata que nos llevará a dos horas y veinte
minutos de metraje…
Aquí hago un inciso para comentar, que, de haber
ido al cine a ver esta película, posiblemente me habría salido a mitad de la
narrativa para ir al W.C, al menos una vez. Dos, si precisamente me hubiese
tomado un café antes de entrar.
… Así,
Víctor Frankenstein nos cuenta la relación con su madre, lo estricto que era su
padre, que era barón, y al que le salía el dinero por las orejas (si estos
palacetes y lujazos se gasta un barón, no quiero imaginar lo que tendrá un
duque), y cómo el fallecimiento de su madre lo marcará para estudiar medicina
en la Universidad de Extremadura.
Su madre, por cierto, fallecerá en el parto de su
hermano William, que será el ojito derecho de su padre, que le compra la
bicicleta BMX y la Play, mientras que Víctor recibe más palos que un cliente
del Tío La Vara.
Después lo vemos en 1855, mostrando a un Aula
Magna, como a través de una pila de petaca, puede hacer que medio muerto se
mueva y coja cosas al vuelo. Con un condensador de fluzo, el muerto “revivio”
te presenta en Televisión Española un show nocturno.
Su proyecto es un fracaso, y no le dan beca de la
Junta de Extremadura por no tener carnet en ningún partido, pero se le aparece
Christoph Waltz, que tiene más tonterías que el ropero de un indio, y le dice
que él está muy interesado en su trabajo, y que le va a dar pasta infinita para
hacer la noche de los Muertos Vivientes. De hecho, le compra todos los
artilugios que necesita, inventados o no, en una web china, y se montan un
puzle de trozos de cuerpos, cuyo producto final recuerda al tipo calvo de
“Alien: Prometheus”, pero con más fronteras y coseduras que el Mapa de África
en la Conferencia de Berlín.
Una vez resucitado el ser, Víctor se horroriza y
decide abandonar al ser, aunque este en venganza, le hará la vida imposible a
Víctor, aprovechando su prácticamente inmortalidad, y una mezcla de
frustración, rencor, venganza… De todo un poco, que te podrá recordar a un
autónomo después de pagar la trimestral en España.
En la segunda parte, el monstruo de Frankenstein,
que ha matado a seis marineros en un intento por abordar el barco donde Víctor,
moribundo, no para de darle a la sin hueso, viene de buen rollo, para contarle
al Capitán del barco, que se ha ganado el cielo con tanta matraca, su versión
de los hechos, poniendo a Víctor de perro malnacido para arriba, y convirtiendo
aquel camarote en el estudio de “Caso Cerrado” … De hecho, no debe faltarle la
razón, porque ante la falta de argumentos, Víctor decide morirse, y el Monstruo
abandona el barco, ante los atónitos marineros, no sin antes sacarles del hielo
con un buen empujón.
Ante el desarrollo de los acontecimientos, el
capitán toma la decisión más sensata: Volver a casa, dejando al Monstruo a su
suerte, por si le da por seguir hablando, o se encuentran algo incluso peor en
aquel desierto helado.
En definitiva: “Frankenstein” es una muy buena película de terror gótico, que como os comento, se toma algunas licencias sobre la obra original, pero que presenta un buen resultado final. Como curiosidades, os puedo comentar que, a Guillermo del Toro, al parecer, se le pasó por la cabeza hacer esta versión en blanco y negro, y que originalmente, el monstruo lo iba a interpretar Andrew Garfield, el olvidado telarañas. El personaje de Christoph Waltz no aparece en la obra original, y en realidad es un personaje metafórico, para Del Toro, sobre Hollywood y las presiones que suelen ejercer sobre sus producciones. Y, para concluir, que el rodaje principal se llevó a cabo entre Toronto (Canadá) y Edimburgo (Escocia) para capturar la atmósfera oscura y nevada de la Europa gótica. Las escenas del Ártico, en particular, usaron una combinación de sets gigantes y efectos visuales para lograr el aislamiento total. Estoy convencido de que a Tim Burton le ha gustado, aunque no llega a ser su estilo del todo, pero seguro que le ha molado esta versión… A mi también, y por eso, le voy a dar un 7 de nota. No sé si me he pasado, pero a pesar de su largo metraje, me ha tenido bien entretenido.













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