Mira por donde, he
tenido la suerte de leer y disfrutar, de un cómic la mar de apasionante. Me ha
encantado este “Año 1000: La Sangre” (Aleta, 2017) con guion de Manolo Matji,
dibujo y color (tricolor) de Sergio Córdoba, y prólogo de José Luis Cuerda,
basado en la leyenda de los siete infantes de Lara (o de Salas, según algunos
filólogos).
La leyenda de los siete
infantes de Lara la leí en el instituto. Es una historia, creedme, trepidante,
que tiene de todo: Amor, sexo, venganza, traición, lucha, un auténtico culebrón…
En el contexto de finales del S.X, comienzos del S.XI, con una Castilla
semi-independiente, y un Reino de Navarra poderoso, pero que paga tributos al
Califato cordobés, temeroso de las aceifas y ataques veraniegos de saqueo al
cual los tenía acostumbrados Almanzor y sus huestes corta-cabezas.
Los Siete Infantes de
Lara eran hijos del noble Gonzalo Gustioz, y de Doña Sancha Velázquez. En el
cómic, Doña Sancha, pare ocho chiquillos de un chasquido, todos varones,
naciendo muerto el octavo, Miguel, al cual manda enterrar con una moneda para
pagar al barquero. En el poema medieval, creo recordar que los pare en seis
años. El caso es que, el tío de los infantes, se echa de novia a una tal Doña
Lambra, de buen ver, pero mala inquina, que ya el día de la boda, provoca a los
Infantes con sus comentarios, dando como resultado un muerto, primo de Doña
Lambra.
Desde entonces, Doña
Lambra hace todo lo posible por restablecer su honor buscándole las moscas a
los Infantes. Su propio tío urde un maléfico plan, por el cual, envía al padre
de los Infantes a Almanzor, con una carta escrita en árabe, en la cual reza: “Por
favor, decapitad al portador. Gracias”, pero Almanzor, extraño en él, se apiada
y lo manda a Córdoba a retozar con su hermana durante unos pocos años, dejando
a la señora embarazada del que, décadas después, será un vengador: Mudarra (o
Miguel, según su madrastra cristiana). A los Infantes y su ayo, los manda, a
pesar de los malos augurios, a caer en una emboscada morisca, en la que perderán
las cabezas, enviadas a Almanzor, gran catador de testas.
Este, a su vez, se las
enseña a su padre, presente en Córdoba, que las reconoce. Apenado Almanzor,
otra extrañeza en él, lo suelta y devuelve a Castilla, pero Gonzalo le da la
moneda de Miguel a su amante cordobesa, para que se lo dé cuando crezca y pueda
reconocerlo como hijo suyo. En el Cantar, creo recordar que parte un anillo en
dos, él se lleva una parte, y deja la otra en Córdoba, y cuando su hijo le encuentre,
pasados los años, quedarán para pegarlo con Super-Glue juntos.
Pasan los años, y
Mudarra, o Miguel, sube a Castilla de turismo, y de paso pidiendo venganza por
sus hermanastros muertos. Se carga a su “tiastro” en combate singular, y de
paso, le dan jaque mate a Doña Lambra, decapitándola (creo que en el Cantar la
echaban a los perros y la quemaban).
Las últimas páginas del
cómic son muy chulas, en mi opinión, ya que los cadáveres no reciben sepultura,
sino que les echan piedras, creándose un montículo sobre los cuerpos, donde van
pasando los siglos, las casetas, los fusilados… Y una carretera.
Es, desde luego, un
cómic de lo más recomendable. Lo he disfrutado muchísimo, y me ha encantado
leer esta maravilla medieval en cómic. Enhorabuena a los autores.
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