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lunes, 12 de agosto de 2019

Año 1000: La Sangre. La Leyenda de los Siete Infantes de Lara (Aleta, 2017) Manolo Matji, Sergio Córdoba, José Luis Cuerda



        Mira por donde, he tenido la suerte de leer y disfrutar, de un cómic la mar de apasionante. Me ha encantado este “Año 1000: La Sangre” (Aleta, 2017) con guion de Manolo Matji, dibujo y color (tricolor) de Sergio Córdoba, y prólogo de José Luis Cuerda, basado en la leyenda de los siete infantes de Lara (o de Salas, según algunos filólogos).

        La leyenda de los siete infantes de Lara la leí en el instituto. Es una historia, creedme, trepidante, que tiene de todo: Amor, sexo, venganza, traición, lucha, un auténtico culebrón… En el contexto de finales del S.X, comienzos del S.XI, con una Castilla semi-independiente, y un Reino de Navarra poderoso, pero que paga tributos al Califato cordobés, temeroso de las aceifas y ataques veraniegos de saqueo al cual los tenía acostumbrados Almanzor y sus huestes corta-cabezas.

        Los Siete Infantes de Lara eran hijos del noble Gonzalo Gustioz, y de Doña Sancha Velázquez. En el cómic, Doña Sancha, pare ocho chiquillos de un chasquido, todos varones, naciendo muerto el octavo, Miguel, al cual manda enterrar con una moneda para pagar al barquero. En el poema medieval, creo recordar que los pare en seis años. El caso es que, el tío de los infantes, se echa de novia a una tal Doña Lambra, de buen ver, pero mala inquina, que ya el día de la boda, provoca a los Infantes con sus comentarios, dando como resultado un muerto, primo de Doña Lambra.

        Desde entonces, Doña Lambra hace todo lo posible por restablecer su honor buscándole las moscas a los Infantes. Su propio tío urde un maléfico plan, por el cual, envía al padre de los Infantes a Almanzor, con una carta escrita en árabe, en la cual reza: “Por favor, decapitad al portador. Gracias”, pero Almanzor, extraño en él, se apiada y lo manda a Córdoba a retozar con su hermana durante unos pocos años, dejando a la señora embarazada del que, décadas después, será un vengador: Mudarra (o Miguel, según su madrastra cristiana). A los Infantes y su ayo, los manda, a pesar de los malos augurios, a caer en una emboscada morisca, en la que perderán las cabezas, enviadas a Almanzor, gran catador de testas.

        Este, a su vez, se las enseña a su padre, presente en Córdoba, que las reconoce. Apenado Almanzor, otra extrañeza en él, lo suelta y devuelve a Castilla, pero Gonzalo le da la moneda de Miguel a su amante cordobesa, para que se lo dé cuando crezca y pueda reconocerlo como hijo suyo. En el Cantar, creo recordar que parte un anillo en dos, él se lleva una parte, y deja la otra en Córdoba, y cuando su hijo le encuentre, pasados los años, quedarán para pegarlo con Super-Glue juntos.

        Pasan los años, y Mudarra, o Miguel, sube a Castilla de turismo, y de paso pidiendo venganza por sus hermanastros muertos. Se carga a su “tiastro” en combate singular, y de paso, le dan jaque mate a Doña Lambra, decapitándola (creo que en el Cantar la echaban a los perros y la quemaban).

        Las últimas páginas del cómic son muy chulas, en mi opinión, ya que los cadáveres no reciben sepultura, sino que les echan piedras, creándose un montículo sobre los cuerpos, donde van pasando los siglos, las casetas, los fusilados… Y una carretera.

        Es, desde luego, un cómic de lo más recomendable. Lo he disfrutado muchísimo, y me ha encantado leer esta maravilla medieval en cómic. Enhorabuena a los autores.

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