Cada vez que pienso en Miguel Hernández,
me acuerdo de una foto, para mí icónica, que define muy bien la persona que
era. Es una foto en la que él está en Castuera, con la mano en alto, en un
gesto retorcido, con la boca de un fusil delante y su propia boca abierta. Se
le intuye la voz fuerte, desgarradora, recitando poemas a los soldados que le
oyen, poco antes de entrar en batalla para luchar por los ideales en los que
ellos creían, los ideales de la República. Atrás se intuyen unas encinas, o unos olivares, que parecen mecidos por un ligero viento.
Encontrarme con este cómic, “La
voz que no cesa. Vida de Miguel Hernández” (Edt, 2013), de Ramón Pereira y Ramón Boldú, con prólogo de
Joan Manuel Serrat, ha sido un auténtico lujazo para mí, ya que, desde mi etapa
estudiantil, siempre he leído poemas de Hernández, y me he interesado mucho por
su vida, pero en esta gran biografía en cómic hay datos que desconocía: La actitud
despiadada de su padre, las palizas, sus viajes a Madrid, su relación con
Maruja Mallo, o la trágica muerte del que iba a ser su suegro…
Otros detalles los conocía: La
animadversión que sentía Lorca por él, o el incidente que tuvo con Alberti (y
señora) y que le costaría, a la larga, su propia vida… Y aquellos últimos años
preso, viviendo un auténtico infierno carcelario. Murió con apenas 31 años.
Realizado en blanco y negro,
este cómic es una maravilla. Me ha encantado, y ciertamente, lo recomiendo. No
dejes de leerlo.
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