Volvía de hacer la compra (pan y latas de atún básicamente), aprovechando los primeros rayos solares primaverales que asoman por la vetusta, cateta y provinciana ciudad de Badayork. Por la acera de enfrente me pareció ver a la hermosa Perséfone que, de la mano de su madre, observaba entusiasmada los dorados Gatos de la Suerte del escaparate del Chino de la Avenida moviendo, hieráticos y misteriosos, sus patitas en un balanceo casi hipnótico. De su marido el Juez, y sus acólitos, no había ni rastro. Aracne pasaba la escoba en la puerta de su Mercería y me dedicó una sonrisa a modo de “Buenos Días”.
Más adelante un sudoroso Sísifo arrastraba su enorme maleta, como a diario, hacía el misterioso autobús que lo lleva a su incierto destino. Un grifo surcaba el cielo, impasible, con un enorme e infeliz borrego entre sus afiladas garras. “Un día normal en Badayork”, pensé, mientras arrancaba un trocito de baguette y me lo llevaba a la boca. Entonces fui testigo de un hecho insólito. Un joven discutía, acaloradamente, con un hombre-anuncio de “Compro Oro” el precio de un vellocino compuesto, al parecer, del codiciado metal. El hombre-anuncio decía que era una vulgar imitación, y el joven contestaba que no podía mal venderlo, que necesitaba el dinero y quería más de lo que le ofrecían. Al parecer, un gato le había llegado a ofrecer el doble de lo que le daba el hombre-anuncio y había rechazado su oferta. Muchos viandantes, entre los que se encontraba mi adorada compañera del Club de Tiro con Arco, Diana, y el engreído de su hermano, Apolo, comenzaron a formar un círculo irregular de curiosos alrededor de los dos hombres. Unos decían que el hombre-anuncio tenía razón y otros que el joven, de nombre Jasón, estaba siendo timado. Al final, cansado del show callejero proseguí mi camino. Cuando llegué al portal de nuestro piso, Amparo, la esfinge del rellano, se me acercó ufana y con ojos inhumanos me siseó un enigma sencillo: “Si me nombras desaparezco, ¿Quién soy?”. “El Silencio”, respondí con una media sonrisa que presentaba, desde mi perilla, mi maltrecha mandíbula empastada. Satisfecha, se retiró dejándome el paso libre, y se acurrucó en el hueco de la escalera, a la espera del cartero o de algún inquilino al que abordar. Cuando llegué a casa, Micho I de Gato leía en el Salón “Los Subterráneos” de Jack Kerouac. “No te vas a creer lo que ha pasado cuando te fuiste esta mañana”, me maulló enigmático, “No me lo digas”, le interrumpí mientras me preparaba un chupito de absenta en la cocina, “Un tipo te ha intentado vender un Vellocino de Oro, ¿A qué si?...”.
8 comentarios:
Tus días normales son más interesantes que muchos emocionantes de otros.
Veo que sigues siendo más crítico con Badayork que un servidor jeje. Por cierto, en los tiempos que corren no es oro todo lo que reluce. Eso vellocino huele a tongo. Jason debería estar más puesto en esas coisas...
Deberías vigilar más a Micho cualquier día lo encuentras comprando por la teletienda.
jaja como echo de menos tus historias!!!
Besos
Menos mal que Micho tuvo cabeza y no lo compró... hoy en día el oro tiene muy mala salida, la gente prefiere cosas prácticas.
¡Jajaja! Estás apañao Andreu.
Mil besos!
anda niño sigue escribiendo, hasta ahora no te había leido nunca (y mira que me lo has dicho veces) y me ha encantado!!!
¿Sabes? en ná! tengo nuevo inquilin@ para mi patio-lavadero particular jeje! te dejo este enlace para que le des un vistazo, Te va a gustar.
http://torredelcaos.blogspot.com/2010/03/el-hueco-de-la-escalera.html
Besos para ambos.
Espero que a Micho no le de por especular con la compra de cosas.... explícale lo del "timo de la estampita" siempre hay desalmados que se aprovechan de los gatos indefensos y tal y como estan las cosas hoy en día la gente tiene ideas de todo tipo.
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