Es un gustazo, que, de vez en
cuando, caigan en tus manos historietas clásicas del cómic. “New York Blues” (reeditado
por Wallsen, 2003) es una de ellas. Nombres como Horacio Altuna, Carlos Trillo (guionista) o Guillermo Saccomano, herederos del gran Oesterheld, son ya, no parte de la historia
del cómic argentino, sino universal.
Y es que los años dorados que
vivió el cómic argentino de finales de los sesenta y los setenta, son, a fecha
de hoy, aún admirado, y no es de extrañar. Historias en blanco y negro, con
guiones originales y narrativas que te enganchan desde el primer minuto, como
en una tela de araña, dentro de un mundo que recuerda en muchos aspectos al
cine y a la novela negra, de detectives, mafiosos, chicas imposibles,
cigarrillos, revólveres humeantes y bombillas de 25 watios.
Historias cortas, en muchos
casos, que te llevan al Nueva York de los setenta, como es el caso, y donde el
dibujo y la línea es de un expresionismo vital, las sombras un complemento imprescindible.
Son increíbles, marcaron una etapa, que aún tiene una huella muy fuerte, y muy
presente, y son de lo más recomendables.
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